ESCUCHAR LA VOZ
(Discurso
en Xela, al recibir la Maestría en Literatura creada por el Comité Organizador
de los Juegos Florales de Quetzaltenango en 2017)
Escuchar la voz.
Decir con palabras inventadas. Analizar aquello que desde dentro se reconoce.
Posiblemente ese haya sido parte del trayecto de un proyecto estético que no se
ha detenido desde 1980. Pertenezco a una generación de escritoras y escritores
que apareció en la escena literaria en una de las décadas más sangrientas del
conflicto armado interno. Y por eso, aparentemente, debimos haber trabajado
nuestras textualidades, sobre coordenadas del compromiso político, o en el peor
de los casos, de la apatía política de aquellos tiempos. Eso no sucedió.
Estábamos en otra frecuencia, y quizás por eso, no encajábamos en los moldes
del tiempo en que aparecimos. No hacíamos literatura comprometida con las
izquierdas ni con las derechas latinoamericanas. Escribíamos desde las orillas,
desde los bordes. Teníamos cierta consciencia marginal, en mi caso, desde el
mundo de las mujeres cuya juventud se iba yendo durante la guerra civil. Y esa
angustia, el dolor de la pérdida de amigos y parientes, eso sí que estaba y ha
quedado anotado en nuestras primeras publicaciones. Metaforizar las relaciones
amorosas con el contexto histórico es una de nuestras propuestas.
Aparecer en los
periódicos del momento, en Tzolkin en mi caso, fue la única manera de estar
viva literariamente hablando. Fue el destino. Un novio que conocía a uno de los
que trabajaba allí. La recomendación vino de él en ese momento. Y Rafael Gutiérrez
que era el amigo del amado de turno, me publicó de manera especial, junto a
otra poeta que desapareció de la escena de los ´80, Amada Cabrera, y cuyo único
libro se tituló: Canto de caracolas
(año). Allí aparecieron poemas que yo estaba escribiendo. Y luego, relatos
cortos que venía construyendo desde el inicio de mi pulsión literaria que la
ubico en la década de 1970, cuando tomé un curso de literatura con Margarita
Alzamora. Yendi se llamaba uno de los relatos que Rafael Gutiérrez me publicó.
El año posiblemente 1988. Y los poemas también son de ese año. Aunque parezca
naif creo firmemente que ese factor destinal, me sacó del total anonimato de la
ciudad letrada guatemalteca. Luego vendría mi primer libro en 1990, junto a
escritores ya reconocidos como Antonio Brañas, Mario Roberto Morales y Rafael
Gutiérrez. Y un punto a mi favor, fue que Ana María Rodas a quién yo no conocí
sino hasta 1989, cuando leyó el borrador del libro, dijo que quería escribir el
prólogo. Ese apoyo fue crucial. Aparecer en la colección titulada Poesía
guatemalteca siglo XX, fue muy importante para mí entonces. La edición fue de
1000 ejemplares y la publicó el Ministerio de Cultura. El diseño del proyecto
era de Enrique Noriega, y el apoyo institucional, de Juan Fernando Cifuentes y
Marta Regina de Fahsen, la ministra en turno. Nada está fuera de las
coordenadas del destino que una tiene como escritora cuando los astros se
colocan en posición para que algo que iba a ocurrir, ocurra. Y así fue el
inicio. La carrera del oficio de la escritura se va ganando con mucha lectura
necesaria, y también porque la vida va cambiando y se toman decisiones
cruciales. En 1995 yo ya vivía en Estados Unidos, pero antes de irme, en 1992
había sometido mi segundo libro de poemas titulado: Realidad más extraña que el sueño, a los Juegos Florales del 15 de
Septiembre” de la ciudad de Guatemala. El libro yo lo había escrito en tres
meses. Y me dieron el segundo lugar. Y por primera vez salí en Prensa Libre, con una reseña y una foto
personal, y todo aquello que te hace famosamente local.
El oficio de la
escritura lo sé muy bien, es una actividad que puede empezar siendo colectiva,
pero luego se transforma en una muy soledosa y personal. En ese trayecto me di
cuenta que tenía muy desarrollada la pulsión y que necesitaba más tiempo para
trabajar mis propios textos y dedicarme más a la lectura que no había hecho.
Irme a Estados Unidos fue la forma, para escapar del medio, pero también de
estudiar una maestría. Y por eso me fui. No me fui sola, mi hija siempre estuvo
en ese proceso. Ella me vio crecer como escritora y yo la vi crecer como ser
humano. Y se lo agradezco tanto, porque sé que sin ella, sin su apoyo,
posiblemente no hubiera desarrollado tanta pasión por la escritura y el
análisis de mi propia obra y la de otros y otras.
A partir de
estar fuera, experiencia que me transformó de diversas formas, pude desarrollar
la actividad literaria y de análisis de manera más fuerte. Los estudios de
maestría en arte y luego el doctorado en literatura y estudios culturales, son
capaces de hacerte una persona mucho más analítica, si te esforzás, y eso hice
yo, pienso. De todos modos estando allá me di cuenta que el perfil del/la
escritora a nivel latinoamericano, había cambiado. Especializarte no te alejaba
de la escritura creativa, te la fortalecía, si no te dejabas atrapar solo por
lo académico. Y pienso a la distancia, que lo que he escrito, lo que he logrado
a nivel creativo, está mediado por mi capacidad desarrollada hacia el análisis.
Y quizás por eso, haber ganado los tres premios en los Juegos Florales
Hispanoamericanos de Quetzaltenango, en diversas fechas y en distintos géneros,
sea una forma de constatar, que el perfil de escritora que tengo, es amplio, y
abarca otros géneros, no solamente uno. Como les ha sucedido a otros compañeros
y compañeras escritoras, que han llegado a ganar tres premios en Xela, pero en
el mismo género, lo cual también representa una especialización en el campo en
que hayan alcanzado estos méritos.
Acerca de la
estética de los trabajos con los cuales he concursado y ganado en 2003, 2010 y
2013, puedo decir que se trata poemas, relatos cortos y un ensayo largo sobre
poesía, los tres trabajos fueron esfuerzos de largo aliento. El libro de poemas
Con la lengua pegada al paladar (2003), lo iba escribiendo cuando salí de
Pittsburgh y terminé mi doctorado en el 2001, de hecho el sujeto lírico, la voz
que canta, está dentro de la biblioteca. Hice un borrador y me lo llevé a
California y luego a Alabama, y desde allí con la experiencia del racismo y la
exclusión, el libro creció y se fortaleció como propuesta, y al someterlo al
concurso en 2003 tuve la suerte de que mi jurado fuera mexicano y de la UNAM.
Recuerdo ahorita que Eugenia Revueltas la crítica mexicana, era parte del
jurado. En el caso de los cuentos o relatos cortos, yo tenía bastante
experiencia en la escritura de la narrativa corta desde 1970. En 1987 habíamos
publicado con otros compañeros, un opúsculo: Diz-cuentos; luego yo publiqué
relatos cortos y muy cortos titulado: Pezóculos (Palo de Hormigo, 2001), y
seguía construyendo textos cortos, unos eran reescrituras de 1980, 1990 y otros
más nuevos. Y por eso cuando volví de Estados Unidos a Guatemala, y no tenía
trabajo, me dediqué a su escritura, y parte de ese material ganó el premio con
el título: Como en historia de Faulkner en 2010. También mi jurado era
mexicano, y otra mujer que no conocía en aquel momento Yosahandi Navarrete, era
parte del jurado desde la UNAM también. El tercer premio, que es de ensayo, lo
empecé a escribir motivada por mis lecturas de poesía joven que hacía en ese
momento. Ese ensayo se convirtió en una investigación que me llamó la atención
sobre la poesía que estaba escondida o evidente en la escena literaria. Me
planteé desde la investigación una pregunta, y me la respondí, pero traté que
mi ensayo fuera creativo, y no académico, aunque lo pareciera. Daba mucho mi
opinión, y eso no es académico, es creativo. Y eso le gustó al jurado de
Universidad de Mérida, si no estoy mal ahorita en la memoria. “Lanzando
piedrecitas al abismo”, es el título. Lo tomé de un poema de Luis Eduardo
Rivera, donde habla desde su propia juventud, y la escritura de poesía. Es una
reflexión sobre su propia estética. Y eso me pareció importante para tratar el
tema en el ensayo.
Puedo decir esta
noche que le agradezco al actual comité de los Juegos Florales de
Quetzaltenango el honor de la Maestría, la recibo en nombre de mi papá que es
de Quetzaltenango, en el de otras escritoras que no han ganado en Xela, además
de las desaparecidas, que ya no lo harán.
