lunes, 25 de noviembre de 2024


 (m.mayer imagen)

BOTAR EL ROSA

 (conmemorando el 25 de noviembre, 2024)

Quisiéramos empezar hablando de varias generaciones de mujeres que, a lo largo de muchas décadas, un siglo podríamos decir, hemos tenido experiencias de violencia de género. Las diferencias de clase social, origen étnico y procedencia han marcado nuestras vidas. Supusimos que, con el advenimiento de la modernidad en el siglo XX, las formas inhumanas de ser tratadas podrían cambiar. Pero eso no sucedió. Aparecieron nuevas maneras de opresión social, política y doméstica, mediante las cuales continuaron las violencias de parte de los varones principalmente, pero también de las familias donde el patriarcado tenía una gran influencia.

 

En la primera mitad del siglo XX las formas de exclusión entre hombres y mujeres en Guatemala eran muy evidentes. Se pensaba que las mujeres no podíamos votar, porque nos faltaba el criterio para escoger a los gobernantes. Teníamos todavía poco acceso a la educación formal, y no digamos a la educación superior. Las escritoras y ensayistas de la Sociedad Gabriela Mistral, que representan hoy los primeros atisbos de un feminismo que se iría construyendo poco a poco a lo largo del siglo, plantearon las primeras preguntas acerca de la imposibilidad de ser visibilizadas como entes pensantes y con capacidad de comprensión y evolución intelectual, si nos daban la oportunidad de acceder al saber, que los mismos varones ya poseían.

 

Una de las primeras feministas de la Sociedad Gabriela Mistral fue Rosa Rodríguez López. Ella y otras escritoras y periodistas fundaron una revista, la Revista Vida, para poder escribir sobre las ideas que iban desarrollando, iban construyendo teorizaciones acerca del mundo de las mujeres en medio de una sociedad patriarcal y sexista, que nunca les permitió dirigir su propia revista. Sin embargo, las primeras epistemologías feministas quedaron escritas por este grupo de mujeres casi todas jóvenes, que giraron alrededor de las ideas teosóficas.

 

Sabemos por investigaciones realizadas por Lorena Carrillo y Ana Cofiño sobre los grupos de mujeres obreras que intentaron en diversas ocasiones emanciparse, rebelarse en medio de un tiempo que las oprimiría de distintas maneras, para callarlas. Hicieron huelgas y resistieron poco tiempo durante las dos primeras décadas del siglo XX, dejando como testimonio una de las primeras rebeliones desde los márgenes, pues se trataba en este caso de mujeres que laboraban en fábricas de café y otras, donde devengaban sueldos miserables, pues cuando las mujeres empezaron a laborar fuera de sus hogares, eran grupos explotables, pues se les consideraba no humanas, simples peonas, mano de obra barata, para seguir con distintos procesos de explotación.

 

Cuando la revolución triunfó en Guatemala en 1944, aparecieron en el horizonte grupos de mujeres que empezaron a definir otra manera de ser consideradas. Las mujeres de la Primavera Democrática constituyeron otro antecedente de las luchas que en el siglo XXI peleamos otras mujeres, tanto mayas como ladinas. Les tocó presenciar y participar en varios cambios para el mundo de las mujeres en general.

 

Allí en ese periodo encontramos varias mujeres que plantearon los primeros cambios de pensamiento respecto a las distintas opresiones y violencias que las mujeres vivían, cuestionaron el asunto del espacio doméstico, practicaron su capacidad política y se adhirieron a idearios que postulaban cambios drásticos en los derechos para las mujeres.

Pero me quisiera referir a las mujeres jóvenes del tiempo de la guerra. En su mayoría las jóvenes que se adhirieron a grupos políticos que pretendieron cambiar la realidad en la que Guatemala como país vivía, sufrieron enormes e irreconciliables violencias. Las mujeres de este periodo de la guerra fría, serán recordadas muchas de ellas como mártires, pues sufrieron las peores vejaciones a las que una mujer se expondría por propio discernimiento. Militaron en grupos políticos donde se convirtieron en blancos fáciles. La oposición las visibilizaba y encontró razones de tipo político para agredirlas. Se trató de una represión de tipo simbólico en el caso de todas estas mujeres del periodo de la guerra civil, que sufrieron las peores vejaciones de las que se tiene noticia. Las muertas son muchas, las sobrevivientes son menos. Sin embargo, ambas dejan constancia con sus historias de vida, de haber estado en medio de violencias terribles. La genealogía de las secuestradas y asesinadas durante el periodo más violento de vida en Guatemala es larga. Y aquí solo estamos mencionando a las más reconocidas simbólicamente: Rogelia Cruz, Alaide Foppa, Irma Flaquer, Yolanda Urízar, Rosario Godoy y muchas otras. La lista es larga e interminable.

 

Las fuerzas estatales eliminaron a cientos de mujeres y sus propias hijas en las comunidades indígenas. Sufrieron terribles vejaciones y fueron violentadas de tal manera, que raya en lo inhumano. Recordamos casos de casos donde fallecieron violadas, cortadas, estranguladas, quemadas, muchísimas mujeres solo por el hecho de ser indígenas, ser mujeres y estar en los territorios que les querían arrancar.

 

Se produjo esclavitud y abuso total para muchas mujeres indígenas durante el periodo de la guerra. El caso paradigmático es el de Sepur Zarco, pero existen otros que quedaron como casos no resueltos. El caso de las señoras de Sepur Zarco es indignante en la memoria sobre las violencias. No las asesinaron, las utilizaron para ser esclavas. Hacían todo tipo de oficio doméstico, pero la mayor vejación fue la de trabajar como prostitutas de las tropas en Sepur Zarco. Y esta situación duró varios años, ellas en medio de esta ignominia sobrevivieron. De las 15 mujeres k’echi’ que vivieron esta pesadilla, solo una falleció. Nos preguntamos si haber quedado vivas valió la pena. Sabemos del sufrimiento que en condiciones distintas provoca el hecho de que te utilicen sexualmente solo por placer sexual. No podemos imaginarnos la pérdida de valor humano que significó para ellas ser utilizadas por la tropa en distintas y variadas ocasiones durante esos años de abuso a las señoras viudas de Sepur Zarco.

 

El último caso colectivo de violencias contra mujeres es el de las niñas del hogar Virgen de la Asunción. Este se produce en el siglo XXI. Se realiza o sucede el día 8 de marzo. No mueren asesinadas por las balas, ni por cuchillos, o estranguladas, mueren quemadas porque cuando se inicia el fuego, les cierran la única puerta de salida de la especie de celda donde las habían recluido después de un amotinamiento. Se trataba de un grupo de niñas consideradas urbanamente como problemáticas. Se encontraban en un centro de rehabilitación para niñas sin recursos. ¿Tenían derecho a cerrarles la puerta y no dejarlas salir?  ¿Por qué mueren como las otras mujeres en el interior del país? Pues un fuego se desata dentro de la habitación y era imposible que no se quemaran vivas, si no podían escapar.

 

Las violencias que se pueden ejemplificar son múltiples. Existen solapadas las violencias domésticas. Esas no paran. Están dentro de los hogares, donde las mujeres no pueden tomar decisiones sin consultarle al marido. Te agreden haciéndote burla. Te agreden callándote.

 

Existen otras, las que se aplican a mujeres tanto mayas como ladinas, que han accedido a la educación superior. Se les paga menos que a los varones en los distintos lugares de trabajo. Se les considera menos aptas para razonar y escribir. Se les considera sujetas de segunda clase en los trabajos. No se les respeta. Otras mujeres incluso las denostan y las hacen sentir mal, al hacerles ver sus errores de manera abusiva.

 

Este país necesita cambiar de leyes pero también precisa que nos nazca la consciencia feminista. Esta consciencia aparece cuando sentimos que debemos ser solidarias con otras mujeres que nos necesitan para procesar los cambios de actitud.

El sistema patriarcal es muy fuerte y renace cada vez con nuevas estrategias de diferencia y simulación. Por eso los colectivos de mujeres debemos practicar la solidaridad, ser incluyentes, no ser clasistas, evitar ser racistas, trabajar en ello. Botar el rosa. Ser sujetas de cambio, sujetas nuevas, que piensan de forma emancipada, que creen en otras mujeres, que no se apegan al poder patriarcal que las quiere seducir.

 

 

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