jueves, 7 de febrero de 2019



La novelística de Byron Quiñonez: algunas reflexiones sobre el contexto literario en que aparecen sus novelas

Los inicios de siglo desde la modernidad latinoamericana periodizada entre 1909 y 1970, evidencian en la literatura y el arte el aparecimiento de fisuras y quiebres en los registros artísticos. La postmodernidad como sensibilidad se periodiza por la crítica latinoamericana a partir de 1970, avanzando en el siglo hasta finales del siglo XX.
Al cambiar el siglo, las tecnologías de la información se transforman mucho más y posibilitan mayor velocidad de la información, lo cual le ofrece al nuevo siglo la oportunidad de colocarse con sus vertientes artísticas en espacios mucho más comunicados, pero con un perfil de masa más pronunciado. Guatemala no fue una excepción aunque haya tenido fuertes contrastes. El país firmaba la paz en 1996, y la nueva sensibilidad de postguerra en Guatemala, dio oportunidad de nuevo a ciertos quiebres y aparecimientos de fisuras que estaban en relación con el relajamiento político que se estaba viviendo.
Se abren espacios literarios para la juventud que estaba deseosa de empezar la práctica de la literatura, se hacen talleres, exposiciones, happenings y otros eventos públicos, donde se advierte una nueva sensibilidad de nuevo siglo, coincidente con otras partes del mundo, donde había y no había habido guerra civil. El autor que estudiamos, Byron Quiñonez aparece en la escena  a fines del siglo XX e inicios del XXI. Publica su primer libro de cuentos en el año 2001, se lo publica una editorial alternativa del momento, Editorial X, y el libro se titula: Seis cuentos para fumar (2001). La publicación del primer libro de este autor, lo ubica en la nueva sensibilidad del nuevo siglo.
El que sus narrativas tengan carácter de literatura negra no es casual. Porque se han abierto vetas narrativas por los narradores de las dos últimas décadas del siglo XX, donde advertimos dos o tres tendencias, entre las cuales se ubica la que se desarrolla en la obra de Quiñonez. Se trata de la tendencia y el trabajo hacia la novela policial y negra, cuyos antecedentes mayores están en la obra de alguien como Rodrigo Rey Rosa, principalmente en algunos de los cuentos de El cuchillo del mendigo (1986), El agua quieta (1989) y Cárcel de árboles, relato largo, con la tendencia de la novela corta de Quiñonez, de 1991.
Existe otro antecedente en la novela de Dante Liano, titulada El hombre de Montserrat (1994), donde Liano inmerso en la temática de la guerra interna, coloca a su personaje, un militar de carrera, en medio de un asesinato, que él mismo tendrá que enfrentar, tanto como investigador como por sospechoso. Podemos advertir que la novelística de Liano en este registro tiende a la carnavalización y al espíritu crítico que acompaña buena parte de su obra creativa, y en ese sentido no entabla relaciones intertextuales con la obra de Quiñonez. Porque una característica central de la obra de Byron son las atmósferas enrarecidas, que hacen obvio que sus tendencias narrativas, estarán más amarradas a los nuevos espacios que como sujeto social, encuentra en la postguerra guatemalteca, donde empiezan a emerger las historias, unas más crueles que otras, de lo acontecido durante el conflicto armado. Pero también aparecen las nuevas mitologías de las violencias tanto de guerra, como de postguerra, donde Quiñonez  que es un sujeto de ese momento, puede utilizar los insumos ofrecidos por las violencias diarias a las que se encuentran expuestos los sujetos urbanos, para ambientar sus historias, y mezclar mitos antiguos con postmodernos, en una ciudad cuyos ciudadanos han visto, oído y leído sobre los extremos de la violencia sobre lo humano, y están en medio de un imaginario de postguerra, que podría rebasar la admitido por la tolerancia de lo inaudito.
En este periodo del nuevo siglo, la tendencia tanto de la narrativa como de la poesía, será exacerbar las violencias, y convertirlas en algo mítico, muy atado a la famosa vena siniestra, que Juan Fernando Cifuentes, observaba ya en las narrativas cortas, escritas por hombres y por mujeres de Guatemala, en la última década del XX y de las cuales quedaron algunos escritos críticos que se publicaran en Palo de Hormigo.
Nos interesa situar la obra de Quiñonez, en relación con las novelas que tienen cierto perfil gótico. Las llamadas narrativas negras o policiacas, que son lecturas apetecidas por la juventud de hoy, que encuentra en ellas resabios de las violencias que les han quedado a un nivel casi mítico, porque son sujetos del nuevo tiempo, y van a exorcizar sus miedos, leyendo estas historias, creadas por los escritores del siglo XXI, que regresan a retrabajar los mitos y leyendas de lugares oscuros, siniestros y terribles, del siglo XIX.
La narrativa de lo oscuro, de lo siniestro a la que nos referimos, está concentrada en los relatos cortos de Rey Rosa, que sería digamos, un referente en el tema. Pero tendríamos que rebuscar en los libros, revistas y publicaciones de la última década del 90 para ir encontrando vínculos e intertextualidades entre unos y otros escritores, para poder comprender mejor el contexto literario en el que podemos ubicar la narrativa de Quiñonez.
Hijo del rock nacional e internacional, Quiñonez también está amarrado a una línea de desarrollo de lo contracultural. Y quizás por eso los personajes de sus narrativas tienen transformaciones, metamorfosis y cambios. Se pueden leer sus obras en relación al zoomorfismo,  pero no con los mismos lineamientos del siglo XX, sino buscando en sus simbolizaciones híbridas entre humanos y animales, las otras connotaciones que tienen estos personajes, dentro de los mundos oscuros y siniestros de una sociedad que llegó a los extremos de la deshumanización, al enfrentar a civiles desarmados con soldados y especialistas en sobrevivencia en campos de guerra.  ¿Se puede entender lo sucedido respecto a las distintas violencias que se dieron y los alcances de la tortura en los tiempos de la guerra en Guatemala? No lo creo. Nosotros tratamos de digerir todavía las historias que se cuentan de los sobrevivientes, y también de los testigos al encontrar los cuerpos mancillados y deshechos de hombres y mujeres que tuvieron que enfrentarse solo con su juventud, a una máquina de destrucción, sin tener con qué defenderse. Por eso ¿cuál ha sido la forma de sublimar todo aquel horror, por no haberlo vivido, no entenderlo a cabalidad, no acertar a preguntar con detalles, a causa del miedo? Si la pregunta se la han hecho los y las escritoras, quizás estas narrativas negras, policiacas y siniestras, estén respondiendo literariamente a estas interrogantes sociales, que los colectivos que no escriben ni crean, no pueden ni siquiera somatizar. Las narrativas negras de Quiñonez aparecen en la oscuridad de un tiempo casi sin memoria. Los personajes son míticos, están simbolizados en espacios no religiosos, en espacios donde lo inhumano superó las expectativas de lo humano. Para ver qué tanto propone, lo mejor será leer sus narrativas y desde nuestro sillón de lectores, opinar sobre nuestra propia experiencia de lectura.

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