La novelística de Byron Quiñonez: algunas
reflexiones sobre el contexto literario en que aparecen sus novelas
Los inicios
de siglo desde la modernidad latinoamericana periodizada entre 1909 y 1970,
evidencian en la literatura y el arte el aparecimiento de fisuras y quiebres en
los registros artísticos. La postmodernidad como sensibilidad se periodiza por
la crítica latinoamericana a partir de 1970, avanzando en el siglo hasta
finales del siglo XX.
Al cambiar
el siglo, las tecnologías de la información se transforman mucho más y
posibilitan mayor velocidad de la información, lo cual le ofrece al nuevo siglo
la oportunidad de colocarse con sus vertientes artísticas en espacios mucho más
comunicados, pero con un perfil de masa más pronunciado. Guatemala no fue una
excepción aunque haya tenido fuertes contrastes. El país firmaba la paz en
1996, y la nueva sensibilidad de postguerra en Guatemala, dio oportunidad de
nuevo a ciertos quiebres y aparecimientos de fisuras que estaban en relación
con el relajamiento político que se estaba viviendo.
Se abren
espacios literarios para la juventud que estaba deseosa de empezar la práctica
de la literatura, se hacen talleres, exposiciones, happenings y otros eventos
públicos, donde se advierte una nueva sensibilidad de nuevo siglo, coincidente
con otras partes del mundo, donde había y no había habido guerra civil. El
autor que estudiamos, Byron Quiñonez aparece en la escena a fines del siglo XX e inicios del XXI.
Publica su primer libro de cuentos en el año 2001, se lo publica una editorial
alternativa del momento, Editorial X, y el libro se titula: Seis cuentos para fumar (2001). La
publicación del primer libro de este autor, lo ubica en la nueva sensibilidad
del nuevo siglo.
El que sus
narrativas tengan carácter de literatura negra no es casual. Porque se han
abierto vetas narrativas por los narradores de las dos últimas décadas del
siglo XX, donde advertimos dos o tres tendencias, entre las cuales se ubica la
que se desarrolla en la obra de Quiñonez. Se trata de la tendencia y el trabajo
hacia la novela policial y negra, cuyos antecedentes mayores están en la obra
de alguien como Rodrigo Rey Rosa, principalmente en algunos de los cuentos de El cuchillo del mendigo (1986), El agua quieta (1989) y Cárcel de árboles, relato largo, con la
tendencia de la novela corta de Quiñonez, de 1991.
Existe otro
antecedente en la novela de Dante Liano, titulada El hombre de Montserrat (1994), donde Liano inmerso en la temática
de la guerra interna, coloca a su personaje, un militar de carrera, en medio de
un asesinato, que él mismo tendrá que enfrentar, tanto como investigador como
por sospechoso. Podemos advertir que la novelística de Liano en este registro
tiende a la carnavalización y al espíritu crítico que acompaña buena parte de
su obra creativa, y en ese sentido no entabla relaciones intertextuales con la
obra de Quiñonez. Porque una característica central de la obra de Byron son las
atmósferas enrarecidas, que hacen obvio que sus tendencias narrativas, estarán
más amarradas a los nuevos espacios que como sujeto social, encuentra en la
postguerra guatemalteca, donde empiezan a emerger las historias, unas más crueles
que otras, de lo acontecido durante el conflicto armado. Pero también aparecen
las nuevas mitologías de las violencias tanto de guerra, como de postguerra,
donde Quiñonez que es un sujeto de ese
momento, puede utilizar los insumos ofrecidos por las violencias diarias a las
que se encuentran expuestos los sujetos urbanos, para ambientar sus historias,
y mezclar mitos antiguos con postmodernos, en una ciudad cuyos ciudadanos han
visto, oído y leído sobre los extremos de la violencia sobre lo humano, y están
en medio de un imaginario de postguerra, que podría rebasar la admitido por la
tolerancia de lo inaudito.
En este
periodo del nuevo siglo, la tendencia tanto de la narrativa como de la poesía,
será exacerbar las violencias, y convertirlas en algo mítico, muy atado a la
famosa vena siniestra, que Juan Fernando Cifuentes, observaba ya en las
narrativas cortas, escritas por hombres y por mujeres de Guatemala, en la
última década del XX y de las cuales quedaron algunos escritos críticos que se
publicaran en Palo de Hormigo.
Nos
interesa situar la obra de Quiñonez, en relación con las novelas que tienen
cierto perfil gótico. Las llamadas narrativas negras o policiacas, que son
lecturas apetecidas por la juventud de hoy, que encuentra en ellas resabios de
las violencias que les han quedado a un nivel casi mítico, porque son sujetos
del nuevo tiempo, y van a exorcizar sus miedos, leyendo estas historias,
creadas por los escritores del siglo XXI, que regresan a retrabajar los mitos y
leyendas de lugares oscuros, siniestros y terribles, del siglo XIX.
La
narrativa de lo oscuro, de lo siniestro a la que nos referimos, está
concentrada en los relatos cortos de Rey Rosa, que sería digamos, un referente
en el tema. Pero tendríamos que rebuscar en los libros, revistas y
publicaciones de la última década del 90 para ir encontrando vínculos e
intertextualidades entre unos y otros escritores, para poder comprender mejor
el contexto literario en el que podemos ubicar la narrativa de Quiñonez.
Hijo del
rock nacional e internacional, Quiñonez también está amarrado a una línea de
desarrollo de lo contracultural. Y quizás por eso los personajes de sus
narrativas tienen transformaciones, metamorfosis y cambios. Se pueden leer sus
obras en relación al zoomorfismo, pero
no con los mismos lineamientos del siglo XX, sino buscando en sus
simbolizaciones híbridas entre humanos y animales, las otras connotaciones que
tienen estos personajes, dentro de los mundos oscuros y siniestros de una
sociedad que llegó a los extremos de la deshumanización, al enfrentar a civiles
desarmados con soldados y especialistas en sobrevivencia en campos de
guerra. ¿Se puede entender lo sucedido
respecto a las distintas violencias que se dieron y los alcances de la tortura
en los tiempos de la guerra en Guatemala? No lo creo. Nosotros tratamos de
digerir todavía las historias que se cuentan de los sobrevivientes, y también
de los testigos al encontrar los cuerpos mancillados y deshechos de hombres y
mujeres que tuvieron que enfrentarse solo con su juventud, a una máquina de
destrucción, sin tener con qué defenderse. Por eso ¿cuál ha sido la forma de
sublimar todo aquel horror, por no haberlo vivido, no entenderlo a cabalidad,
no acertar a preguntar con detalles, a causa del miedo? Si la pregunta se la
han hecho los y las escritoras, quizás estas narrativas negras, policiacas y
siniestras, estén respondiendo literariamente a estas interrogantes sociales,
que los colectivos que no escriben ni crean, no pueden ni siquiera somatizar.
Las narrativas negras de Quiñonez aparecen en la oscuridad de un tiempo casi
sin memoria. Los personajes son míticos, están simbolizados en espacios no religiosos,
en espacios donde lo inhumano superó las expectativas de lo humano. Para ver
qué tanto propone, lo mejor será leer sus narrativas y desde nuestro sillón de
lectores, opinar sobre nuestra propia experiencia de lectura.
