(IMAGEN, M. MAYER, MEX)
SOJOURNEAR
Habito este cuerpo y tengo consciencia de ello. Soy una mujer porque tengo lo que me nombra. Habito un cuerpo que hago mío como cuarto propio. Que administro como templo. Soy una mujer que piensa. Soy una mujer que siente. Soy también una mujer que escribe. Escribir es lo único que me hace ser la mujer que habita el cuerpo desde el que hablo. Por eso este cuerpo que habito me pertenece. No es de nadie y a nadie le debe nada de lo que es y sabe. Se lo ha ido ganando a pulso, gastando horas largas y tendidas de lecturas, de reflexiones, de escritura. Rechazando en innumerables ocasiones, una vida normal, para mujeres normales que antes tejían. Y que se sentaban a esperar largos años a los Ulises de sus sueños. Soy esa mujer que consumió años de resistencias a todo. Inicialmente, al lenguaje que le fue heredado desde una construcción diferente. Intentando no saber más, sino quizás ignorar menos. Una mujer que trató sin éxito de no jactarse de lo que sabe. Y que pretendió no embrollar lo que dice, en una espiral de sinsentidos patriarcales. Todo esto para dejar en otro plano la tal vida normal. Sí, habito este cuerpo bajo mi discreción. Habito este cuerpo como una decisión de vida. Habito este mismo cuerpo que sigue siendo propio. Habito este cuerpo que me permite ser la que firma el texto. La que en libertad dice lo que piensa, lo que siente, lo que le molesta y se coloca todos los días críticamente frente al mundo y la época que le tocó en suerte.