martes, 25 de julio de 2017

Flores en la boca de un jarro o apostilla sobre la poesía quetzalteca
     contemporánea
Intelectuales apolíticos
de mi dulce país,
no podréis responder nada.
O.R. Castillo

Hablar de la “poesía quetzalteca”, aún la de hoy e intentar valorar y dar opinión, sobre lo que se escribe en ese territorio, posee muchos riesgos, sobre todo si no tenemos suficiente información. La presencia de los poetas quetzaltecos en el corpus de la poesía guatemalteca ha sido parte de la tradición. Si nos situamos no tan lejos en el tiempo, recordaremos que la sola mención del nombre de Otto René Castillo despertaba en toda una generación, ligada a los procesos políticos, gran exaltación aunque lo único que conocieran del poeta fueran unos cuantos versos de “Vámonos patria a caminar”, famoso poema-paradigma de finales de la modernidad literaria tanto quetzalteca como nacional.
Es indudable que Castillo viene a ser el antecedente instalado en el imaginario de lo que es ser “un poeta de Quetzaltenango” durante el periodo moderno de la cultura guatemalteca. Si hacemos memoria entonces, el antecedente para hablar de poesía procedente de Xela, sería el poeta cuya fama se construyó en relación con su compromiso político, su militancia en uno de los grupos de la guerrilla rural FAR, y la poesía política que escribió en tiempos de “no guerra”, como diría Otoniel Martínez ya hace tiempo en una entrevista que le hicieron respecto a La ceremonia del mapache, su única novela publicada. Así dice Castillo en uno de estos poemas: “Pequeña patria mía, dulce tormenta,/un litoral de amor elevan mis pupilas/y la garganta se me llena de silvestre alegría/cuando digo patria, obrero, golondrina./Es que tengo mil años de amanecer agonizando/y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso,/flotante sobre todos los alientos libertarios,/Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina”. (La patria, el amor y la lucha, 73.) El poema “Vámonos patria a caminar”, contiene todo el aliento épico con el que Castillo concebía al país. La veía pequeña y campesina, y se veía en el deber de liberarla. Su conciencia social en la poesía era muy fuerte y realmente se sentía comprometido con el momento político que le había tocado como destino. El verso es largo y tiene como hemos mencionado un aliento épico que Castillo no pierde en todo el poema. Se trata de una exaltación poética sobre el deber cívico y la obligación de servir al país, que se encuentra prisionero y oprimido. El poema además termina con una esperanza, la certeza de los grupos que militaban en ese entonces que dedicarse al compromiso político era la única forma de servir a un fin patriótico, y dice al final del mismo poema: “…tengo mil años de llevar tu nombre/como un pequeño corazón futuro/cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana” (La patria, el amor y la lucha, 75). 
Otto René Castillo nació en Quetzaltenango en 1936, es contemporáneo entonces de Marco Antonio Flores (1937) y Ana María Rodas (1937) por edad, y sobre quiénes se ha hablado en este ensayo como dos de los escritores que aparecieron como emergentes, ya que se trataba repentinamente de formar parte de un grupo bastante más joven que ellos, en el momento en que finalmente tenían acceso, por diversas razones, a la escena literaria y política de fines de los 60 e inicios de los 70. Castillo pertenecía a una generación, que cronológicamente militó de diversas maneras o negó esa participación por temor o por escepticismo. Sin embargo todos ellos como parte de los contextos tanto políticos como literarios, escribieron una obra fragmentada como una pieza de la agenda de las izquierdas donde participaban de diversas maneras. Por eso y de acuerdo a su biografía Otto René sale de Guatemala para irse a preparar como todo un intelectual orgánico, y viaja a Alemania en 1959 para estudiar con una beca en la R.D.A., de allí saldrá abandonando los estudios de filología para ingresar a un colectivo de cineastas, dedicados a crear documentales, género cinematográfico muy en boga en aquella época beligerante. En 1964 Otto René regresa a Guatemala y se dedica a la militancia en actividades culturales. Dirige el teatro experimental de la municipalidad de Guatemala. En 1965 es exiliado y viaja por Europa y otros lugares, volviendo a Guatemala en 1966 cuando entra a formar filas de las FAR de forma clandestina. En 1967 lo atrapan, los encarcelan y asesinan en Gualán, Zacapa, cuando tenía 31 años, dejando escritas tres obras con las cuales lo recordarán por décadas: Tecún Umán (1964), Vámonos patria a caminar (1965) y la colección de su obra: Informe de una injusticia.  Militar en la guerrilla para el poeta era parte de lo que concebía como lo que le estaba destinado, que es un factor muy importante para la determinación de su obra poética. De hecho en un poema amoroso dice a manera de premonición de la siguiente manera: “No damos importancia/a tal suceso,/porque aún ignoramos/que después/sólo serán el viento/y la lluvia/los que nos acompañen/por el mundo/cuando la vida,/mi áspera vida,/nos separe” (La patria, el amor y la lucha, 53)
A causa de ese tipo de vida de corte militante su obra no es muy extensa ni pudo dedicarse al oficio de la escritura como hoy lo pueden hacer los quetzaltecos que se encuentran ya insertos en la vida de las ciudades, especialmente en la ciudad de Guatemala y que hemos mencionado en el corpus de autores de este trabajo. Sin embargo, el estigma del quetzalteco que hizo carrera, y que se encuentra instalado en la figura de Otto René Castillo es de difícil tratamiento como antecedente personal, y es un símbolo difícil de liar con él a nivel de imaginarios. Es innegable que dentro de quién era, un militante de las FAR, que había decidido ir a luchar por la justicia, la exclusión y la búsqueda de una mejor vida para los pobres, había un poeta que sentía, que sufría también como cualquier mortal, además que en poco tiempo, dentro de una época muy intensa, Castillo había desarrollado su poesía, y dejaría no solamente un legado de poemas políticos y de compromiso como parte de la agenda de las izquierdas guatemaltecas, si no también nos dejaría un grupo de poemas distintos, de corte amoroso, donde da cuenta del lugar donde vivía, Berlín; o de los viajes, los paisajes y las maneras cómo él y su amada se conducían en aquellos años duros de la postguerra en Alemania y del inicio de la guerra de guerrillas en Guatemala. En un poema que puede darnos idea del alcance de su poesía no política, y en donde no pierde sentido la conciencia de ser un individuo de su momento, Castillo escribe lo siguiente: “Llovía sobre Berlín./Juntos nos paramos al final de la avenida,/frente a la Puerta de Branderburgo,/a la orilla de todo vuelo./Unidos ya para siempre por amor y ternura;/por la durísima lucha de la época./Unidos por estas pequeñas manos, que te saludan;/por esos ojos azules que me llaman por mi nombre./Unidos ya por toda la vida y toda la muerte” (La patria, el amor y la lucha, 38). Muy a pesar de su compromiso político y de ser considerado un mártir nacional, la figura de Castillo como poeta icónico legó a las nuevas generaciones una manera de escribir poesía basada en las distintas experiencias de la vida que se vivía. No hay impostación en su compromiso político y en la toma de conciencia social, que va percibiéndose en sus poemas en tanto avanzamos en la lectura cronológica de sus textos. Logró conjugar en poco tiempo y siendo joven todavía, una obra corta, pero bastante intensa. Hecha a fragmentos, en partes, como cosidos pedazos de sentimiento. Y si los leemos con cuidado, no perdió nunca la conciencia crítica que algunos autores de ese momento no supieron dosificar. Ya que casi cualquier poema dejado como legado por Otto René tiene una coherencia en el sentimiento que lo genera. Y es un poco extraño el cuidado formal de los poemas, sobre todo donde la agenda nacional no entra a funcionar. Allí Castillo está trabajando con una mirada crítica sobre su entorno, no importando si está en Berlín o en Guatemala, con el sentimiento que le genera el dolor, la certeza de saber que le queda poco tiempo de vida, porque ha podido intuir que su vida será corta. Es con este tipo de referente que los poetas coterráneos suyos tienen que enfrentarse, y hay toda una institución que lo recuerda y que considera poesía todo lo que se le parezca, sin importar el nuevo contexto de los poetas. Sin embargo Castillo pertenecía a otra generación que ya no se corresponde con el pensamiento de hoy ni el tratamiento de la poesía. Eso es una realidad.
Los autores de Xela que hemos mencionado en este trabajo: Héctor Rodas, Vania Vargas, Julio Serrano y Martín Díaz pertenecen a dos momentos de la escritura de Quetzaltenango, que casi nada tiene que ver con la estética desarrollada por su antecesor, pero con quién lo quieran o no, tienen una conexión casi umbilical. Y es interesante que en el caso de Rodas y su generación, la figura de Castillo todavía tuvo en su momento y tiene relevancia, porque él personalmente nació en la fecha en que Otto René vuelve a Guatemala, además que el contexto político y todo el inicio de la guerra de insurgencia es parte de su experiencia vital siendo niño y luego adolescente, en el área digamos rural, por estar Quetzaltenango ubicada en el altiplano guatemalteco. En cambio para los tres escritores más jóvenes nacidos en 1978, 1983 y 1985, la estética de Otto René ha quedado únicamente como un antecedente literario, que han leído, oído o repetido en sus estudios de secundaria, pero que al final les queda lejos estéticamente, y a nivel de búsquedas hay una especie de abismo que no tratan de saltar, o al menos no nos enteramos al leer sus escritos. En los poemas de Rodas, Vargas y Serrano podemos advertir algunas tonalidades, sobre todo en la intensidad con la cual trabajan las imágenes de la ciudad en una versificación que está instalada en la tradición de la poesía guatemalteca en general, y que se produce cuando el sujeto lírico trata de entender su propia emotividad, analizando y poniendo el ojo en partes de la ciudad que mantiene una atmósfera, eso sí, que es siempre un tanto depresiva, y llena de contradicciones, la cual les sirve para representar los sentimientos que albergan. Y aunque entre Serrano, Vargas y Díaz hay menos de diez años de diferencia en edad, lo que significa que son de la misma generación, los escritos de Díaz tienen otro registro o al menos en el libro que estamos revisando. Se trata de representaciones del caos y la crisis social por un lado, pero por otro, se establecen y se contraponen dos mundos paralelos, que ya hemos mencionado en el apartado donde comentamos Este mal, segundo poemario publicado por el poeta joven quetzalteco. En la figura de estos poetas de Xela, observamos entonces distintas estéticas, tres o cuatro maneras personales de concebir el verso, de pensar la poesía, de construirla en sus imaginarios en base a su propia experiencia adentro y afuera de Quetzaltenango.

Como una manera de concluir
No se pretende en este trabajo hacer un recorrido histórico de la poesía de Quetzaltenango, que es necesario y será realizado por quienes conozcan mejor el medio y las circunstancias, implementando un trabajo de investigación historiográfico. La idea aquí es discutir cómo el ícono del poeta en los imaginarios líricos de Quetzaltenango, todavía sigue siendo una estética que se encuentra históricamente determinada por el compromiso político, y que fuera también una literatura de ruptura a nivel formal, porque ni Castillo ni sus contemporáneos Flores o Rodas continuaron cultivando una poesía de corte clásico, sino por el contrario siguieron desarrollando hacia la libre versificación, en donde aparecieron otras construcciones provenientes también de la comunicación con distintos lugares del mundo, cuando los medios de comunicación modernos se instalaron en las ciudades, y empezaron a tener impacto en el ideario estético de sus escritores. Es evidente en la poesía de Castillo, que ya no se trataba de la poesía de perfil modernista que él probablemente había cultivado antes. Se trataba de otra forma de pensar poéticamente, que cambió en el proceso de transculturación al que se vio sometido, por cuestiones de estudio y de relaciones amorosas y luego familiares. Es mucho más visible este operativo lingüístico sufrido en su poesía en la temática de los textos que no tienen abiertamente la carga nacionalista. Una buena lectura de los poemas amorosos o reflexivos sobre otros temas que no fueran el puramente épico, le da a quien lee a Castillo una señal para comprender que en su poesía no comprometida, aparecen ya los antecedentes de la nueva poesía quetzalteca, o sea la que escribirá tanto la generación de Héctor Rodas que es como el grupo de la transición hacia la estética de las nuevas generaciones que han nacido, crecido y desarrollado su obra primigenia en Xela, para luego salir de su terruño buscando otros derroteros, hacia la ciudad de Guatemala, proceso que han sufrido los tres poetas jóvenes de Quetzaltenango mapeados con el grupo poco visibilizado de la ciudad.

Habrá que seguir indagando hasta dónde el peso de llevar a cuestas la fama, el reconocimiento, el perfil casi mesiánico de Otto René Castillo, no incide de algunas maneras que no hemos detectado en el desarrollo de su obra incipiente. Lo que sí es cierto y podemos confirmarlo, es que la historia de vida de Castillo, es también la historia del hijo pródigo, del sujeto quetzalteco que sale de la provincia inicialmente hacia la ciudad de Guatemala, y luego por cuestiones de militancia en el partido comunista viaja a Europa y su destino es Berlín, la ciudad dividida, el emblema de los estragos de la postguerra mundial, la ciudad que lo hará repensar otros categorías fraguadas en su vida en Guatemala, y que será un factor de fuerte incidencia en el cambio de registro de su propia poesía. 

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