domingo, 26 de abril de 2020

LLUEVE
Sentada aquí frente a la computadora. Leo. Pero al mismo tiempo escucho el sonido fuerte de la lluvia. Cae fuertemente sobre las láminas que cubren parte del patio de la casa. Leo. Escucho llover. Ergo, llueve. Nada prueba que yo escribo mientras llueve. La única realidad comprobable es la lluvia, que tiene sonido, que puede mojar si salgo. La escritura hace un leve tecleo sobre la computadora. Llueve. Leo. Llueve fuerte. Sopla viento fresco entrando por la ventana. Leo. No entiendo mucho lo que leo. El sonido de la lluvia sobre la lámina es fuerte. Me hace pensar. Recuerdo. Otras lluvias. Otros tiempos con lluvia. La ventana de la casa no es la misma. La ventana donde yo me colocaba a ver llover, daba sobre la calle. Miraba correr la lluvia. No había computadora. No había lectura. Solo la intensidad del momento. Sola viendo llover. Solo el sonido de la lluvia, que cae en los dos momentos parece real. Cae sobre las láminas de aquella casa de un piso, y de esta casa de dos pisos. Leo. Sé que está lloviendo fuerte. El sonido se convierte en ruido. Entra la brisa colada por la ventana semiabierta. En el pasado, miro cómo la lluvia es una cortina de agua frente a mi cara. La ventana me cubre. Hay un saliente que cubre parte de la ventana y evita que me moje. Llueve. Cae estrepitosamente sobre las dos láminas. Se escucha el ruido. Cae la tarde. Se oscurece en los dos momentos de la experiencia. Baja el clamor de la lluvia. Miro una vez más por la ventana de aquella casa que no es real. Está siendo sentida por mí. Está en este momento habitándome en la memoria. La casa real me recibe desde algún espacio del amor que no entiende, ni entenderá.

martes, 7 de abril de 2020



Más que una pequeña trampa: Del vacío, la memoria y la palabra

La obra poética de Aída Toledo es todo menos certidumbre, lo vemos –sentimos- en este nuevo libro con el que parece continuar el desdoblamiento existencial que inició desde sus poemas más tempranos. Mientras leo los poemas de este nuevo libro resuenan libros como Brutal batalla de silencios (1990) o Realidad más extraña que el sueño (1994), o bien obras más recientes, como Con la lengua pegada al paladar (2006) o Un hoy que parece estatua (2010), pero no como repetición, sino como diálogo constante consigo misma y como confirmación de una línea de reflexión sobre sí misma y sobre su entorno que se nos presenta siempre coherente y honesta, eso sí, presente de manera fragmentaria y obligando a los lectores a descifrar y a seguir ese hilo de Ariadna que no deja que nos perdamos.
Pero no estamos frente a una poeta que se mueve dentro del plano de lo puramente referencial. Lo suyo es la construcción de poemas que pueden leerse a diferentes niveles, pero para quien conoce su obra –y su vida- es obvio que Más que una pequeña trampa es muchas cosas al mismo tiempo: lectura de sí misma en clave poética; diálogo con sus lecturas literarias y filosóficas; apuesta lúdica por el enigma; invitación a dejarse llevar por el ritmo y la sensualidad de la palabra. En fin, lo suyo es el reto y la apuesta de quien se lanza al abismo de la palabra y de la vida como abismo, como cenote.
Y es que en medio de todo se encuentra el cenote como símbolo camaleónico de una persona poética que dialoga consigo misma, con la vida y con ese ser que se define desde el juego de tiempos paralelos pasado/presente/futuro que coinciden en el poema y en donde la memoria se mezcla con el deseo. De tono filosófico, los poemas de Más que una pequeña trampa nos hablan también de una poeta que indaga sobre sí misma a partir de lecturas y preocupaciones existenciales que se yerguen también como una biografía en clave académica e intertextual. Reconocemos, por ejemplo, la presencia de Nicanor Parra o de María Zambrano, pero también nos encontramos frente a agudos guiños literarios, como el de esa rosa puntual  del “Nocturno rosa” de Xavier Villaurrutia y de “La rosa puntual” de Enrique Noriega, poetas que forman parte de su biografía personal y literaria y con los que la voz poética de Más que una pequeña trampa dialoga. De ahí que esa pequeña trampa  vaya más allá que aquellos itinerarios que la poeta pueda haber definido de manera consciente.
Dividido en dos partes: O la nada o el vacío y Cenotes, el libro se sostiene sobre la idea del abismo y el vacío. A su vez, la primera parte está dividida en La cuerda y De la ahorcada, aludiendo a ese constante ir y venir del riesgo y la probabilidad –la cuerda- a esos saltos al vacío que suponen el reconocimiento de la derrota y la imposibilidad –la ahorcada. Allí volvemos a encontrar nuevamente la presencia de tópicos conocidos y ahora presentes de forma renovada:  el amor y la pérdida; la memoria; el desdoblamiento del sujeto poético (“Fuera lindo / Que yo / Fuera la otra, nos dice en Cenote V); la muerte; y, por sobre todo, la palabra que convoca y que concede existencia sobre una página en blanco que también es cuerpo y es vacío–abismo-cenote, como lo leemos en el Cenote I, que se nos ofrece casi como un manifiesto:
La soledad de la palabra
Imaginada
Antes de ser escrita por la mano
Lista para saltar
A la página en blanco
Pequeña suicida
Sin cenote

Y sí, la persona poética se lanza a Más que una pequeña trampa de una manera brutal en donde la reiteración hace que leamos este libro como un largo poema en donde la pregunta central que se platea es sobre la vida, el desamor, el miedo y abismo de una voz que, sin embargo, se salva y se reivindica por el cuestionamiento a través de la palabra, que la define y la salva:  “en esta página escribo mi nombre”, “digo la palabra rosas y ellas aparecen”, dice la poeta.
Maestra del ritmo y de la adjetivación, Aída Toledo nos entrega un libro en donde cada poema es una construcción poética cuidadosamente diseñada y en donde la memoria personal se ve acompañada por una serie de sutiles referencias contextuales y literarias que hacen que la persona poética se vea acompañada de otras presencias y otras voces, algunas más obvias que otras. Cada poema de este libro es, de alguna manera, la construcción de una escena, de ahí su carácter cuasi cinematográfico, eso sí, a partir de la sugerencia, el fragmento y el juego de planos.
De poemas desgarradores y duros por momentos –aunque sin abandonar ese humor negro tan suyo-, Más que una pequeña trampa, vuelve de nuevo a esa sensualidad y ese erotismo que la poeta ha cultivado a lo largo de su trayectoria y que se nos aparece en este libro quizás de manera más introspectiva y sutil, pero siempre presente, como se nos presenta en el Cenote VIII: 
Este cuerpo se escribe
En estas líneas
Se posa sobre la página
Acariciándolo a usted
Que se encuentra tan lejos
Estamos ante una voz poética que se va dibujando a partir de esos cenotes que se presentan como abismos a los que acude ante la soledad, el abandono, el miedo y el abandono, pero que también son la posibilidad de dejarnos atrapar por una palabra que nos reta y nos interpela. Más que una pequeña trampa no solo es la reflexión sobre la vida, es también la invitación a lanzarnos a una experiencia poética de la cual podemos ser cómplices.

Introducción. Anabella Acevedo


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