viernes, 7 de enero de 2022

PUTA LOCA O EL SÍNDROME DEL GOLPE



En los últimos tiempos, y con esto me refiero a años, he estado meditando, reflexionando acerca de la violencia en el idioma. Algunas de nosotras ya no somos mujeres que podríamos tolerar los golpes en la vida en pareja, pero todavía aguantamos los rudos golpes del idioma, quizás porque bregamos con esa carga todavía colonial de ir reaprendiendo a defender nuestro derecho a no ser agredidas lingüísticamente. 

Y que ser agredidas por las palabras, tiene hoy, el equivalente a no poder ser azotadas físicamente. Mi propia experiencia me ha demostrado que difícilmente las mujeres que somos independientes económicamente, somos blancos fáciles de los abusos físicos, tanto en manos de hombres como de mujeres con los/las cuales podemos establecer una relación de pareja. Las palabras que azotan nuestro yo interno pueden tener consecuencias nefastas. Porque el idioma tiene una fuerte relación con la libertad, que seguro han ido ganando nuestras ancestras y que hoy nosotras asumimos como natural en nuestras vidas. 

Dejarse decir cosas feas, desagradables, impunes y abusivas, puede tener consecuencias irreversibles. Me pongo a recordar relaciones que entablé en mi juventud y de las cuales pude deshacerme, porque mi energía vital era muy fuerte, y me habían enseñado en mi casa, que los hombres no abusan así como así de las mujeres. En mi caso, las relaciones de pareja han sido con hombres. Así, a mí me dio el ejemplo mi padre. Y se lo enseñó a mi hermano. Nosotras, las tres mujeres vimos esto y de allí aprendimos. Pero no significó que no nos viéramos expuestas a esas relaciones desagradables por falta de análisis, y por no poner atención a los consejos de gente sabia, que veía lo que nosotras no lográbamos ver, por ese tipo de ceguera social, que nos inducía al fracaso, y que fue parte de nuestro ser social e histórico. 

En la actualidad si un hombre o mujer al que pensás que le debés fidelidad, laboriosidad y recato, osa agredirte con palabras, habría que analizar más las razones por las cuales arremete contra vos de esa manera. Seguir echándonos la culpa no es el remedio. Porque socialmente nos han enseñado que tenemos la culpa, si alguien nos maltrata física o verbalmente. Por el simple hecho de ser mujeres. Cuando en realidad no tienen derecho a tratarte mal de ninguna de las dos formas. Porque hay maneras de resolver esas violencias, hablándolas o decidiendo la separación, porque es obvio que algo no camina ya bien, cuando montado en ira, porque no accedés a no dar tu opinión, te dice puta y luego te llama loca. He conversado con varias mujeres, que han tenido la misma experiencia. Esas dos palabras son muy fuertes, y juntas significan el equivalente a un golpe que no te dieron. Por un lado sabemos que puta, se refiere a la conducta sexual libre, y loca a no ser capaz mentalmente de pensar racionalmente. De las dos formas las mujeres a lo largo de la historia hemos sido tildadas cuando los/las compañeras nos quieren golpear simbólicamente. 

Y a pesar de que el análisis que hacemos está dentro de la razón, algo en el fondo nos mantiene calladas, inertes casi, sin poder tomar decisiones que nos alejarían de esos malos tratos, que aunque al inicio se hallan borrado con disculpas, se siguen repitiendo, ya sin ellas, sobre todo si nos resistimos a no quedarnos calladas, cuando aparecen problemas que se pueden resolver hablando o separándose de las personas que ya no nos toleran como somos. Y además es evidente que nosotras tampoco lo hacemos. 

Es por eso que escribo esto hoy y aquí. Porque mi mayor expresión de libertad está en la escritura, y es central para mí poder analizar mi propia experiencia a través de la palabra. El error de las personas cuando te agreden verbalmente es creer que es mejor, a que te agredan físicamente. Como que fuera una cosa por la otra. Cuando en realidad, si lo vemos desde un punto de vista humano, no hay derecho a ninguna de las dos. 

Mi análisis final sería seriamente tomar decisiones. He visto cerca de mí los abusos que comenten gentes sobre mis seres queridos, pero también he vivido en carne propia los abusos verbales sobre mí, y y pensaba estas noches, que topé con eso. Y que es necesario tomar determinaciones que aunque sean tristes, me puedan alejar de estar expuesta a ese tipo de golpes simbólicos, que me causan depresión y no permiten que lleve una vida más normal.  


domingo, 2 de enero de 2022



Presentación del libro Meter la mano en las entrañas – sobre teoría y prácticas del género testimonial1 

Dr. Jorge Oswaldo Andrade Tapia 

Universidad Nacional de Educación de Ecuador

 

En primer lugar, quisiera agradecer a Aída Toledo por la invitación a presentar su libro. Lo considero un verdadero privilegio y una responsabilidad que espero poder cumplir satisfactoriamente. Voy a organizar mi presentación desde mi experiencia como lector y desde varios puntos de vista y los iré explicando de uno en uno, sin extenderme demasiado.  

  1. El primero punto de vista sería presentar el libro desde mi posición como un outsider, alguien que viene desde afuera, y nuevamente desde varios niveles.  

  1. Para empezar, debo decir que no soy un experto en el testimonio, aunque conozco algo sobre el tema. 

  1. También soy un outsider porque conozco muy poco de la literatura (y la historia) guatemalteca. 

  1. Y, por último, había conocido a Aída Toledo solamente como poeta. Leer su prosa ha sido solo una confirmación de talento como escritora y como crítica literaria y cultural 

  1. El segundo punto de vista gira en torno al texto de Aída como una experiencia de aprendizaje, de reaprendizaje y, lo que podríamos llamar, desaprendizaje 

  1. Por último, este libro me ofrece un desafío y una oportunidad. 

 

Como decía, no soy un experto en el testimonio, pero como cualquier estudiante de literatura latinoamericana, en la maestría y el doctorado conocí algunas de las obras analizadas por Aída en la primera parte de su libro. En los tiempos en los que hacía mis estudios de posgrado me familiaricé con las discusiones teóricas y no teóricas sobre el testimonio, y, en particular, con la obra Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, que es uno de los ejes sobre los que gira el texto de Aída 

Aunque no es posible en pocos minutos hacer un resumen del texto, es posible señalar los aspectos que como lector me han resultado más valiosos.  

La primera parte del libro de Aída es un recorrido teórico e histórico del testimonio en Latinoamérica, un recorrido rápido pero puntual por los aspectos más relevantes de este género. Las páginas del libro me permiten refrescar mi memoria sobre aspectos que se me habían escapado con el tiempo: el rol del autor, del intermediario, del intelectual solidario, del transcriptor, del editor, los testimonios autoriales y la transdisciplinariedad descolonialPero también me recuerdan las teorías del subalterno y de la otredad. En ese sentido para mí ha sido un acto de reaprendizaje. 

El testimonio, como bien lo establece Aída, es en sí mismo un fenómeno complejo y complicado. Políticamente está marcado por una especie de estigma ideológico, el de la izquierda – con algunas excepciones, como los textos de Ujpan, analizados en este libro – lo que causa desconfianza en el establecimiento. También es un tipo de relato fragmentario, a momentos incompleto y hasta desinformado (cabe recordar que los autores – la autoría es uno de los debates por los que transitamos de la mano de Aída – son en muchos testimonios personas sin educación formal o personas que no hablan o no dominan el castellano)Los productores de estos relatos – orales o escritos – se encuentran en espacios políticos y sociales vulnerables y en ocasiones surgen de experiencias de supervivencia, como en las guerrillas o los periodos de guerra y exterminación. El relato testimonial también puede olvidar o recordar parcialmente hechos trascendentes, pero también es un texto necesario porque aporta para completar o reparar hechos históricos no registrados, intencionalmente o no. Es una especie de contrahistoria o archivo alternativo y eso también causa contratiempos frente al orden hegemónico. 

El libro de Aída me ha permitido hacer un recorrido por mi memoria de estudiante. Había olvidado los detalles de las discusiones – a menudo candentes – de la obra de Rigoberta Menchú. Me hizo recordar la visita de Rigoberta a la Universidad de California hace casi 20 años y todo el alboroto que causó en la universidad y en la ciudad. El teatro estaba tan lleno que tuvieron que pasar la charla por circuito cerrado para que todos los interesados pudieran escucharla. Pero también esta experiencia de reaprendizaje me ha hecho recordar el trabajo investigativo y los escalofriantes reportes de Rodolfo Walsh, en Operación masacre, la obra de los cubanos Esteban Montejo y Miguel Barneten Biografía de un cimarrón, el testimonio de la boliviana Domitila Chungara, la relación conflictiva ente Josefina Bórquez y Elena Poniatowska, en Hasta no verte Jesús mío, y más. 

Quienes, por desconocimiento o porque no es nuestra área de especialización, nos hemos mantenido al margen o solo hemos topado superficialmente los debates sobre el testimonio, el texto de Aída nos lleva por el camino del desaprendizaje. Recuerdo de mis años de estudiante de posgrado las acusaciones que se hacían a Rigoberta Menchú sobre supuestas falsedades en su primer libro. El testimonio es un tipo de historia paralela a la historia oficial, que dice lo que la historia oficial oculta. Y lo va a decir desde una memoria fragmentada, colectiva, una conjunción de recuerdos y testimonios orales. En el libro de Menchú se trata específicamente de la capacidad comunal del relato oral”. 

También hemos escuchado que el testimonio como género ya se ha agotado, pero como lo demuestra el análisis de Aída, “el testimonio no se ha agotado, ha mutado, se ha hibridizado más, se ha desplazado hacia un arte de la memoria principalmente”. Los textos testimoniales siguen apareciendo y siguen siendo necesarios, especialmente en países como Guatemala, cuya historia parecería ser una espiral eterna en la que la violencia, la pobreza, la discriminación son el eje constante sobre el que gira este círculo vicioso. 

Me ha impactado conocer por primera vez a autores como el Padre Ricardo FallaMario Payeras, y otros. Me ha sorprendido mirar el libro de Balam Rodrigo El libro centroamericano de los muertos en la categoría de testimonio, y puedo entender con claridad los argumentos de Aída. En este sentido, el libro de Aída ha sido también una experiencia de aprendizaje para quienes, como yo, conocemos tan poco sobre Guatemala.  

Conocía a Aída como poeta y muy buena en su arte. Ha sido una grata revelación confirmar su talento como escritora y crítica literaria y cultural en este libro. No puedo, sin embargo, dejar pasar un momento, de muchos, en el que la prosa y la lírica se mezclan en el ensayo académico. Me permito citar un párrafo de la conclusiónEn este momento utilizo esa imagen de La hora de la estrella de Lispector, para salir por la puerta del fondo. No estoy convencida que podamos concluir algo definitivo sobre el testimonio como género, sobre el testimonio como discurso, como gesto descolonizador. No me cabe la menor duda que el testimonio es un género literario que ha sobrevivido a la larga polémica teórica y práctica del siglo XX. Ha aguantado los golpes suaves o rudos de la crítica más convencional y conservadora. Ha estado en el banquillo de los acusados. Ha sido condenado como no- género, como no-literatura, se le ha negado la existencia. Y ha seguido reapareciendo en otros campos, entre otras disciplinas se ha colado, para seguir adelante discutiendo sus particularidades, su metamorfosis y su camaleonismo”. 

A veces discutimos con nuestros colegas y estudiantes y tratamos de convencerlos de que la escritura creativa nos permite acceder a la escritura académica. La prosa de Aída confirma lo que para los estudiosos de la lengua siempre ha sido una certeza. Un buen escritor creativo es un buen escritor académico.  

Al final, me parece que Meter la mano en las entrañas es un libro necesario, porque nos permite, como en mi caso, aprender, reaprender y hasta desaprender lo que conocíamos o pretendíamos conocer sobre el testimonio. Creo que los numerosos textos y temas que trata la autora merecían un poco más de espacio, pero la economía del lenguaje de Aída le ha permitido darles un lugar, aunque sea un poco apretado, en un libro que se lee rápido, que se disfruta y que al mismo tiempo afecta incomoda al lector. Deja en mi mente la sed por conocer más y mejor los autores que antes desconocía, buscar un libro del padre Falla, leer Los días de la selvade Payeras y releer y tratar de asimilar el contenido a veces brutal y a menudo doloroso de Balam Rodrigo en El libro centroamericano de los muertos, buscar el relato de Reyna Cabalibros que no son fáciles de conseguir en Ecuador.  

El libro de Aída también abre una puerta para mi propio trabajo como investigador: a eso me refiero con que es un desafío y una oportunidad. En los últimos meses hemos estado desarrollando un proyecto de investigación sobre la migración en el Ecuador, un tema presente que nos afecta como ciudadanos, como compatriotas, como docentes e investigadores. En el Ecuador, la migración – la emigración debería aclarar – se trata desde las estadísticas y los ensayos sociológicos, políticos, económicos y hasta históricos, pero no se le ha dado voz al migrante, y ese es un espacio en el que el testimonio nos puede ayudar a reconocer esta herida que, literalmente, desangra a nuestro país, y una vez que la reconozcamos, podamos buscar maneras de cerrarla, y si no sanarla, al menos dejar constancia de la importancia de la emigración, de los peligros, los riesgos y los resultados. 

Por todo lo dicho, por este recorrido por un género que no pasa, que no puede pasar de moda, agradezco a Aída por su libro que definitivamente mete las manos en las entrañas, unas manos que no salen limpias – no pueden hacerlo – pero que de alguna manera se purifican en las duras memorias que van apareciendo, fragmentadamente, a veces incompletas o inconclusas, pero siempre necesarias.  

ANALIZAR Y PENETRAR EN  LA LITERATURA GUATEMALTECA He escuchado hoy varias ponencias en el Congreso de Filosofía de la Universidad Rafael ...