Presentación del libro Meter la mano en las entrañas – sobre teoría y prácticas del género testimonial1
Dr. Jorge Oswaldo Andrade Tapia
Universidad Nacional de Educación de Ecuador
En primer lugar, quisiera agradecer a Aída Toledo por la invitación a presentar su libro. Lo considero un verdadero privilegio y una responsabilidad que espero poder cumplir satisfactoriamente. Voy a organizar mi presentación desde mi experiencia como lector y desde varios puntos de vista y los iré explicando de uno en uno, sin extenderme demasiado.
El primero punto de vista sería presentar el libro desde mi posición como un outsider, alguien que viene desde afuera, y nuevamente desde varios niveles.
Para empezar, debo decir que no soy un experto en el testimonio, aunque conozco algo sobre el tema.
También soy un outsider porque conozco muy poco de la literatura (y la historia) guatemalteca.
Y, por último, había conocido a Aída Toledo solamente como poeta. Leer su prosa ha sido solo una confirmación de talento como escritora y como crítica literaria y cultural.
El segundo punto de vista gira en torno al texto de Aída como una experiencia de aprendizaje, de reaprendizaje y, lo que podríamos llamar, desaprendizaje.
Por último, este libro me ofrece un desafío y una oportunidad.
Como decía, no soy un experto en el testimonio, pero como cualquier estudiante de literatura latinoamericana, en la maestría y el doctorado conocí algunas de las obras analizadas por Aída en la primera parte de su libro. En los tiempos en los que hacía mis estudios de posgrado me familiaricé con las discusiones teóricas y no teóricas sobre el testimonio, y, en particular, con la obra Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, que es uno de los ejes sobre los que gira el texto de Aída.
Aunque no es posible en pocos minutos hacer un resumen del texto, es posible señalar los aspectos que como lector me han resultado más valiosos.
La primera parte del libro de Aída es un recorrido teórico e histórico del testimonio en Latinoamérica, un recorrido rápido pero puntual por los aspectos más relevantes de este género. Las páginas del libro me permiten refrescar mi memoria sobre aspectos que se me habían escapado con el tiempo: el rol del autor, del intermediario, del intelectual solidario, del transcriptor, del editor, los testimonios autoriales y la transdisciplinariedad descolonial. Pero también me recuerdan las teorías del subalterno y de la otredad. En ese sentido para mí ha sido un acto de reaprendizaje.
El testimonio, como bien lo establece Aída, es en sí mismo un fenómeno complejo y complicado. Políticamente está marcado por una especie de estigma ideológico, el de la izquierda – con algunas excepciones, como los textos de Ujpan, analizados en este libro – lo que causa desconfianza en el establecimiento. También es un tipo de relato fragmentario, a momentos incompleto y hasta desinformado (cabe recordar que los autores – la autoría es uno de los debates por los que transitamos de la mano de Aída – son en muchos testimonios personas sin educación formal o personas que no hablan o no dominan el castellano). Los productores de estos relatos – orales o escritos – se encuentran en espacios políticos y sociales vulnerables y en ocasiones surgen de experiencias de supervivencia, como en las guerrillas o los periodos de guerra y exterminación. El relato testimonial también puede olvidar o recordar parcialmente hechos trascendentes, pero también es un texto necesario porque aporta para completar o reparar hechos históricos no registrados, intencionalmente o no. Es una especie de contrahistoria o archivo alternativo y eso también causa contratiempos frente al orden hegemónico.
El libro de Aída me ha permitido hacer un recorrido por mi memoria de estudiante. Había olvidado los detalles de las discusiones – a menudo candentes – de la obra de Rigoberta Menchú. Me hizo recordar la visita de Rigoberta a la Universidad de California hace casi 20 años y todo el alboroto que causó en la universidad y en la ciudad. El teatro estaba tan lleno que tuvieron que pasar la charla por circuito cerrado para que todos los interesados pudieran escucharla. Pero también esta experiencia de reaprendizaje me ha hecho recordar el trabajo investigativo y los escalofriantes reportes de Rodolfo Walsh, en Operación masacre, la obra de los cubanos Esteban Montejo y Miguel Barnet, en Biografía de un cimarrón, el testimonio de la boliviana Domitila Chungara, la relación conflictiva ente Josefina Bórquez y Elena Poniatowska, en Hasta no verte Jesús mío, y más.
Quienes, por desconocimiento o porque no es nuestra área de especialización, nos hemos mantenido al margen o solo hemos topado superficialmente los debates sobre el testimonio, el texto de Aída nos lleva por el camino del desaprendizaje. Recuerdo de mis años de estudiante de posgrado las acusaciones que se hacían a Rigoberta Menchú sobre supuestas falsedades en su primer libro. El testimonio es un tipo de historia paralela a la historia oficial, que dice lo que la historia oficial oculta. Y lo va a decir desde una memoria fragmentada, colectiva, una conjunción de recuerdos y testimonios orales. En el libro de Menchú “se trata específicamente de la capacidad comunal del relato oral”.
También hemos escuchado que el testimonio como género ya se ha agotado, pero como lo demuestra el análisis de Aída, “el testimonio no se ha agotado, ha mutado, se ha hibridizado más, se ha desplazado hacia un arte de la memoria principalmente”. Los textos testimoniales siguen apareciendo y siguen siendo necesarios, especialmente en países como Guatemala, cuya historia parecería ser una espiral eterna en la que la violencia, la pobreza, la discriminación son el eje constante sobre el que gira este círculo vicioso.
Me ha impactado conocer por primera vez a autores como el Padre Ricardo Falla, Mario Payeras, y otros. Me ha sorprendido mirar el libro de Balam Rodrigo El libro centroamericano de los muertos en la categoría de testimonio, y puedo entender con claridad los argumentos de Aída. En este sentido, el libro de Aída ha sido también una experiencia de aprendizaje para quienes, como yo, conocemos tan poco sobre Guatemala.
Conocía a Aída como poeta y muy buena en su arte. Ha sido una grata revelación confirmar su talento como escritora y crítica literaria y cultural en este libro. No puedo, sin embargo, dejar pasar un momento, de muchos, en el que la prosa y la lírica se mezclan en el ensayo académico. Me permito citar un párrafo de la conclusión: “En este momento utilizo esa imagen de La hora de la estrella de Lispector, para salir por la puerta del fondo. No estoy convencida que podamos concluir algo definitivo sobre el testimonio como género, sobre el testimonio como discurso, como gesto descolonizador. No me cabe la menor duda que el testimonio es un género literario que ha sobrevivido a la larga polémica teórica y práctica del siglo XX. Ha aguantado los golpes suaves o rudos de la crítica más convencional y conservadora. Ha estado en el banquillo de los acusados. Ha sido condenado como no- género, como no-literatura, se le ha negado la existencia. Y ha seguido reapareciendo en otros campos, entre otras disciplinas se ha colado, para seguir adelante discutiendo sus particularidades, su metamorfosis y su camaleonismo”.
A veces discutimos con nuestros colegas y estudiantes y tratamos de convencerlos de que la escritura creativa nos permite acceder a la escritura académica. La prosa de Aída confirma lo que para los estudiosos de la lengua siempre ha sido una certeza. Un buen escritor creativo es un buen escritor académico.
Al final, me parece que Meter la mano en las entrañas es un libro necesario, porque nos permite, como en mi caso, aprender, reaprender y hasta desaprender lo que conocíamos o pretendíamos conocer sobre el testimonio. Creo que los numerosos textos y temas que trata la autora merecían un poco más de espacio, pero la economía del lenguaje de Aída le ha permitido darles un lugar, aunque sea un poco apretado, en un libro que se lee rápido, que se disfruta y que al mismo tiempo afecta e incomoda al lector. Deja en mi mente la sed por conocer más y mejor los autores que antes desconocía, buscar un libro del padre Falla, leer Los días de la selva, de Payeras y releer y tratar de asimilar el contenido a veces brutal y a menudo doloroso de Balam Rodrigo en El libro centroamericano de los muertos, buscar el relato de Reyna Caba, libros que no son fáciles de conseguir en Ecuador.
El libro de Aída también abre una puerta para mi propio trabajo como investigador: a eso me refiero con que es un desafío y una oportunidad. En los últimos meses hemos estado desarrollando un proyecto de investigación sobre la migración en el Ecuador, un tema presente que nos afecta como ciudadanos, como compatriotas, como docentes e investigadores. En el Ecuador, la migración – la emigración debería aclarar – se trata desde las estadísticas y los ensayos sociológicos, políticos, económicos y hasta históricos, pero no se le ha dado voz al migrante, y ese es un espacio en el que el testimonio nos puede ayudar a reconocer esta herida que, literalmente, desangra a nuestro país, y una vez que la reconozcamos, podamos buscar maneras de cerrarla, y si no sanarla, al menos dejar constancia de la importancia de la emigración, de los peligros, los riesgos y los resultados.
Por todo lo dicho, por este recorrido por un género que no pasa, que no puede pasar de moda, agradezco a Aída por su libro que definitivamente mete las manos en las entrañas, unas manos que no salen limpias – no pueden hacerlo – pero que de alguna manera se purifican en las duras memorias que van apareciendo, fragmentadamente, a veces incompletas o inconclusas, pero siempre necesarias.
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