ENTRE JANET GOLD Y JOSEFA GARCÍA GRANADOS
Posiblemente era 1992 o 93, Ana Ma Rodas me habló por tel porque había conocido a una escritora norteamericana en Honduras, y ella le había pedido contribuciones de trabajos sobre mujeres centroamericanas. Ana Ma. le había hablado de mí a Janet N. Gold, con quien hasta hoy seguimos siendo amigas.
Yo nunca la había conocido ni había oído hablar de ella. No eran tiempos de celulares, wasap ni de redes sociales frenéticas. Apenas si bien, teléfonos en casa, y algunos todavía usaban los teléfonos monederos en las calles de la ciudad de Guatemala. Había yo tenido una hija, muy recientemente, y estaba pequeña, a pesar de eso trabajaba como en dos lugares dando clase y no sabía que un día me dedicaría como trabajo y pasión a la investigación en el campo de los ahora estudios culturales, con concentrada atención en el arte, la literatura y la cultura de mujeres de Guatemala, en ese momento y de Latinoamérica con el tiempo.
Al final Ana Ma. había amarrado el hecho que yo escribiera algo sobre Josefa García Granados de quién yo era devota lectora, al menos de lo que existía impreso en ese momento, y además mantenía una pasión por su figura descentrada y marginal, a pesar de haber pertenecido a las familias coloniales de Guatemala.
La Pepita casi no se leía en la USAC cuando yo había estudiado allí en la década del 80, y cuando se leía, estaba vedado leer "El sermón". La trabajaban pocos, y solo se la conocía, por haber escrito ese poema entendido como pornográfico. Y eso la descartaba de las lecturas tan doctas que tuvimos que hacer en aquellos años 80. De sus otros escritos casi no se hablaba, seguro nadie buscaba información. Se repetía que no había desarrollado tanto. Un compañero mío sí hizo una tesis sobre ella, cuando nos graduamos en 1989. Total que todos leíamos a la Pepita a escondidas, nadie se atrevía a ir más allá, delante de una escritora que se salía de los límites de todo. De ella tomé el nombre de mi página de internet en el año 1998, Cienvecesuna, nombre de su periódico en el siglo XIX, fundado por ella, y manejado autoritariamente, puesto que ella escribía, lo hacía circular y lo ha de haber pagado, para poder entablar diatribas con puros machos de la época. Se peleó escrituralmente con los salvadoreños que mantenían pugnas con los guatemaltecos en ese revoltoso siglo. Se discutían muchos asuntos políticos y ella no tenía empacho en externar su opinión. Acusada de rara, de vengativa, de mala madre y mala esposa, la Pepita hizo revuelos en el siglo XIX junto a sus compañeros de tertulia, escribió poesía, ensayo periodístico, teatro, y se dio gusto viviendo a su modo.
Entonces fue sobre ella que escribí el primer ensayo entre 1992 y 1993, y en el 94 ya estaba yo revisando el texto cuando me iba a ir a vivir a Estados Unidos. Por eso me recuerdo bien de todo.
Janet recibió el manucrito cuando yo ya estaba en USA, y al paso de los años lo puso en un libro Volver a imaginarlas (Guaymuras, 1998), mi texto se llama "Frente al imaginario retrato", y me lo han criticado, en diversos momentos, por la falta de rigurosidad de archivo, como que si en esa época se hubiera podido abrir los archivos o acceder a ellos en medio de la guerra, o en medio de las invisibilizaciones, que las propias familias coloniales hicieron de algunos escritos realizados por sus antecesores, como es el caso de la Pepita. Lo del imaginario retrato salió porque nunca tuve acceso a su imagen visual. Nosotros no conocíamos cómo lucía la Pepita, sino hasta muchos años después. La confundían constantemente con su nieta, la famosa del poema de Martí, María García Granados, hija de su hermano, Miguel García Granados. De quien sí había imágenes, pero de la Pepita la vimos cuando una persona de su familia, muchos años después envió una copia para ser colocada en el volumen que publicó la Tipografía Nacional en el siglo XXI. Y esa es la imagen que yo pongo ahora aquí para engalanar mi escrito de esta mañana.
Total que de Janet aprendí algo. A no dejarme vencer, y seguir rescatando y buscando escritoras que han quedado en el anonimato. Esperando que cuando no seamos mas que ceniza, alguien se ocupe de nosotras.