(feminismos/abya yala)
Me he recordado de algunas reuniones entre poetas en los años 80, cuando íbamos leyendo poemas que acabábamos de escribir y compartíamos en lectura con otros poetas regularmente varones. En ese momento los grupos literarios donde yo me movía estaban formados por muchos hombres y muy pocas mujeres. Pero lo mío se dio en el medio universitario, y no era común que hubiera muchas mujeres.
Luego en la década del 90 decidí ir a un taller con un famoso poeta, mayor que yo, que tenía fama de ser un gran tallerista. Con él se habían formado poetas que yo consideraba muy buenos, y con quiénes sostenía una relación literaria que había fortalecido mi escritura.
Lo cierto es que en los dos casos estuve expuesta varias veces a que mis poemas fueran criticados fuertemente por la mayoría de varones del grupo, por no parecer poesía, pero se les unían las pocas mujeres con sus tibias opiniones sobre nuestros textos que no parecían poesía. Al poseer una personalidad combativa esto de aceptar lo que me decían no iba conmigo obviamente, entonces rechacé de manera enérgica cualquier comentario que implicara descontar mis poemas como poemas, y continué desarrollando sin que la opinión de aquellos sujetos, hombres principalmente, me detuviera.
Me daba cuenta que me encontraba escribiendo de manera distinta a como ellos suponían debía lucir la poesía. Si en ese momento hubiera yo encontrado y leído los poemas de Ana María Rodas de 1973 me hubiera dado cuenta que precisamente sus poemas en el libro discuten el hecho de aceptar las recetas que en aquel entonces los varones, solían dar, sin estárselos pidiendo, sobre todo a los textos escritos por mujeres, que en algunos casos no estaban dentro de la línea o estética nerudiana que a ellos les parecía, era el modelo poético del momento.
Por supuesto que había leído a Neruda, mínimo en los Versos del capitán o el famoso libro de los 20 poemas de amor y una canción desesperada, y sí me gustaba, pero eso no quería decir que mi escritura tomara ese modelo, porque no se me daba en su totalidad. A lo mejor porque nuestra escritura en los años 80 estaba más en sintonía con las escrituras de otros y otras en distintos lugares del mundo, que poseíamos una escritura mucho más conversacional y popular, periférica y descentrada, que lo que Neruda proponía, que también tenía su atractivo.
El punto central de esto que escribo, es recordar que en distintos momentos de mi vida, por dedicarme a la escritura en sus diferentes géneros, he estado enfrente de otros y otras, que quieren darte lecciones de cómo escribir, darte lecciones de escritura, no solo creativamente, sino también ensayísticamente, pero los peores momentos han sido con los puristas del lenguaje, que creen siempre que te pueden mejorar la plana, aunque no posean muchos textos publicados propios con que demostrar que tienen una excelente redacción y que conocen todas las reglas gramaticales a las que se adhieren ese tipo de individuos.
He notado que esta actitud de demostrarte que tu escritura posee muchos problemas de eficiencia, es algo más común cuando se trata de la escritura realizada por las mujeres. Puedo poner muchos ejemplos donde esto se prueba, pero no es esa la intención, sino hablar de cómo en el medio académico y creativo, estamos tan expuestas a ser violentadas y descontadas por sujetos que nos quieren corregir la plana, y que en otros medios menos patriarcales, eso ya no se tolera.
Es más común en la actualidad que en los consejos editoriales y en los equipos de corrección haya un número mayor de mujeres, porque eso evita estos descuentes de género, sobre todo si las mujeres asumen una actitud menos visceral con los textos, solo por venir firmados por mujeres.
He estado pensando en estas situaciones. Suelen provocar muchas violencias, que yo asumo como de género. Porque se realizan mayormente en los textos escritos por mujeres que en los que hacen los varones.
De esa cuenta que al concursar en espacios de literatura, algunas de nosotras simulemos o escondamos el género en el que estamos escribiendo, para evitar este tipo de reacciones en los jurados, que obviamente tienen un fuerte poder en ese momento. En varias ocasiones simular el género ayuda a ganar el concurso. Por supuesto que esto tiene aristas a comentar, como el caso inverso, cuando los varones simulan ser mujeres en concursos donde los jurados van a cuidar mucho el prejuicio de género, para optar a un premio tal o cual.
El punto central quizás sea el hecho de sufrir las violencias y tener que hacer silencio, porque en las instituciones se han equivocado colocando en espacios de poder de decisión o de evaluación, a individuos que tienen prejuicios de género girados a lo perverso.
Es evidente que Sor Juana sigue teniendo razón cuando dice lo siguiente: "In malevolam animam non introibit sapientia".

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