Rosa Rodríguez López
nace en 1907 en Guatemala y fallece en la misma ciudad en 1992. Desde un inicio
Rodríguez es enviada por su familia a los Estados Unidos a la edad de nueve
años para continuar allá su formación en una escuela religiosa. Al volver a
Guatemala cuatro años después se encuentra con que en el país las muchachas no
tienen oportunidad de ir a la Universidad, lo cual le causa gran impacto. Además porque se veía a sí misma como escritora
y periodista, se da cuenta rápidamente que en el medio político en el que se
encontraba tendría que insertarse de una u otra forma, en las redes sociales
que se encontraban abiertas por un movimiento social y cultural de
transformaciones de la sociedad. De esa manera entra a pertenecer a esa red
social que giraba en torno a una serie de publicaciones en forma de revistas y
periódicos, que intentaban de varias maneras modernizar los espacios públicos.
Dichos espacios de acuerdo a la crítica, eclosionaron tras el derrocamiento de
Estrada Cabrera y proliferaron durante la dictadura de Ubico. Las mujeres de
este grupo a donde se integra Rodríguez, provenían en su mayoría de la
generación de 1920 en Guatemala, y se presentaban como poetas y escritoras.
Poseían en los medios de comunicación, una sección cultural llamada “Sociedad
Gabriela Mistral”, y manejaban para sí, al menos dos columnas fijas para
debatir los derechos de género y pelear por las reivindicaciones ciudadanas. La
red de mujeres estaba influenciada fuertemente por la teosofía y las mismas
autoras pertenecían a asociaciones y
clubs espiritistas.[1]
Es en este contexto que Rosa Rodríguez inicia
el largo camino de asaltar como puede los espacios abiertos por las coyunturas
políticas y culturales. Llegando de alguna forma a fundar esta sociedad con su
hermana y otras de las mujeres de la misma generación. No podemos dejar de mencionar que durante
este periodo de tiempo con la “Sociedad Gabriela Mistral”, Rodríguez aprende a
valorar los densos vínculos de solidaridad e identificación que existen entre
estas escritoras de la sociedad Mistral. Ya que se sienten de alguna manera,
pertenecientes a las redes teosóficas, pero principalmente por la
identificación de género.
Ya se ha señalado que fue
Rodríguez quién asumió un papel protagónico en estos grupos de mujeres
organizadas y unidas por dos fuertes vínculos. Es importante desde nuestra
óptica, cómo ella logra aprovechar con sus compañeras, un espacio que las ayudó
a salir del ámbito doméstico-privado, donde se movían, y empezar a generar
opinión desde distintos medios de comunicación, con lo que realizan lo que
llamaremos aquí el “asalto del espacio público”. En sus escritos periodísticos
trató temas feministas, y la agenda que manejaban a nivel de grupo les dio la
oportunidad de discutir estos temas que no habían sido todavía debatidos, sino
únicamente en círculos reducidos o dentro del espacio doméstico.
Rosa Rodríguez al igual que otras
de las mujeres de la sociedad Mistral, también aprovecharon la coyuntura del
estudio de la teosofía. Ya que no se veía mal que las élites intelectuales
urbanas, se dedicaran a su estudio y que lo ampliaran hacia las reflexiones
sobre el espiritismo. Esto las
privilegió para poder discutir abiertamente por los periódicos, los asuntos
relativos no solo al derecho de las mujeres respecto al trabajo y el voto, sino
a tocar otros temas como el del regeneracionismo.[2]
Rodríguez López y sus compañeras aparecieron publicadas en la revista Vida, cuya duración fue de dos años,
publicando de septiembre de 1925 al 15 de junio de 1927. Fueron 48 números,
pero donde es significativo que los
directores fueran siempre varones. Sin embargo esto no lo discutían ellas, ya
que estaba en uso el padrinazgo de algunos escritores de su propia generación.
Su participación en la sociedad Mistral le enseñaría y ayudaría al trabajo que
haría en el futuro. Este momento coyuntural le enseñaría a discutir ampliamente
los asuntos de género sin apasionadas y radicales posturas feministas. Y
aprendería en la práctica que era necesario trabajar para abolir la
inferioridad de las mujeres, de la cual nos deja noticia en sus ensayos,
demostrando que podían ser dignas de igualdad política y social.
Cuando Rodríguez decide salir
para México ha cumplido 19 años, es el año 1926, podemos señalar que la revista
Vida, se deja de publicar en junio de 1927. Lo que nos hace conjeturar sobre el
liderazgo que tenía esta escritora en las publicaciones de la sociedad
Mistral. Se desplaza hacia la ciudad de
México, para estudiar en la UNAM donde logra inscribirse sin problema alguno.
Además pronto encuentra trabajo como periodista en un diario que da noticias
sobre Guatemala. Aquí inicia su participación dentro de un grupo de
intelectuales entre los cuales estaba Diego Rivera. Al mismo tiempo conoce a
quién será su primer esposo, Miguel Ángel de León, dieciséis años mayor que
ella. Es el momento también de su primera publicación, un libro de poemas
titulado El vendedor de cocuyos (1927). Luego de un tiempo en este círculo
junto a su esposo, continúa una travesía, que en la vida de la guatemalteca no
se detendría. Además con de León procrea su única hija y de México se trasladan
a Nueva York, en un momento duro de la depresión económica en Estados Unidos,
durante la década del 20. Su vida daría
en Estados Unidos un cambio radical, ya que debe dedicarse a trabajar como
obrera en un taller de costura. De ese aprendizaje como costurera, viviendo en
el Spanish Harlem, Rodríguez obtiene una fuerte experiencia de sobrevivencia y
de conocimiento, ya que deberá hacerse cargo de su propio hogar cuando colapsa
su matrimonio. Sería haciendo este trabajo que conocería las condiciones
miserables de vida de los trabajadores hispanos en Nueva York. De ese periodo
es la fundación de la “liga de las costureras” donde participa activamente. La
organización se convertiría con el tiempo, en un espacio legal para buscar
mejores condiciones laborales para el colectivo donde se encontraba inserta.
Pero uno de los movimientos políticos más fuertes que hace en ese momento, es
el de unirse tanto al “Centro Obrero de Habla Hispana” como al “Partido Comunista
Estadounidense”, acción que le representaría con el tiempo una gran desventaja
para su estatus migratorio.
Su matrimonio finalmente fracasa
y abandona Nueva York con su hija en 1935, marchándose solas a Florida, donde
ha aceptado un trabajo para organizar a los trabajadores fabricantes de cigarros, cuando laboraba para
la Federación Americana del Trabajo. Y es allí cuando decide dar el salto del
que hablamos, en primer lugar porque toma conciencia de su nueva clase
social. Se cambiará inicialmente el
nombre y asumirá de allí en adelante una nueva identidad, más en relación con las mujeres que vivían en condiciones
similares a las de ella en posición de inmigrantes. Asume entonces el nombre de Luisa Moreno,
cuyo homenaje se lo hace a una obrera común y corriente. Se sabe ahora por
recientes investigaciones, que su nombre de pila cambia a Luisa, en honor a
Luisa Capetillo, de origen puertorriqueño, quién trabajara por los derechos de
las inmigrantes en Florida al menos dos décadas antes que Rodríguez López
apareciera en la escena. Y el apellido lo toma del nuevo color con el cual se
identifica, en oposición al color blanco, que su nombre de pila rezaba. Y de
allí en adelante lo utilizará en sus batallas pro organización de los
trabajadores en Florida, Texas y California.[3]
“La caravana de penas”
Así tituló Rodríguez López,
alias, Luisa Moreno, el discurso que dictara en Washington D.C. en 1940, con el
que denunció la dura vida y el mal trato del trabajador inmigrante, ante la
Convención del Comité Americano para la Protección del Inmigrante (CAPI). A
partir de esta acción política, directamente en el espacio público como
inmigrante, va a iniciar su propia peregrinación. Esta acción realizada por la
guatemalteca es uno de los acontecimientos de mayor envergadura realizado por
las mujeres de la primera mitad del siglo XX, del que tengamos noticia. Su
presencia en el espacio público-privado, fuera del país será tan visible que
terminará por ser detectada por las autoridades de migración, dado que nunca había
aplicado a la ciudadanía estadounidense.
De esa cuenta en 1948 a cambio de mal informar a otro líder de estos
movimientos, el FBI le ofrece la ciudadanía, pero ella se niega y junto a su
actual esposo, Gray Bemis , sale de Estados Unidos en 1950, para no regresar
jamás.
De vuelta en Guatemala asume su
identidad real, y participa por supuesto en las actividades del gobierno de
Jacobo Arbenz. Una de sus actividades fue la de la campaña de alfabetización
para las mujeres en las comunidades indígenas del altiplano. Y aunque no se
haya estudiado bien este periodo, ella aparece como una de las escritoras de lo
que se conoce como la primavera democrática.
Al caer el gobierno de Arbenz, sale para México en un nuevo proceso de
exilio, donde trabajará como traductora, y seguidamente se va a vivir a
Tijuana, trabajando para una galería de arte. Allí recibe en alguna ocasión a
los activistas César Chávez y Dolores Huerta , buscando consejo por su
experiencia política con los migrantes y las leyes. A mediados de 1980
intenta ingresar a Estados Unidos desde México, por problemas de salud, pero le
es negada la entrada, por lo que regresa a Guatemala a vivir con los familiares
que le quedaban y fallece en la ciudad en 1992.
[1] Las autoras estaban vinculadas a las redes latinoamericanas y
mantenían abierta una columna de debate con otros compañeros de su generación,
tratando de crear opinión pública, y en las mujeres en particular, sobre la
necesidad de incorporarse a la sociedad con plenos derechos al trabajo, a la
maternidad libre, al acceso a la cultura y al voto femenino. Para este tema
ver, Marta Casaús Arzú, “La creación de nuevos espacios públicos en Centroamérica
a principios del siglo XX: La influencia de redes teosóficas en la opinión
pública centroamericana”. Revista
Universum. No. 17, 2002, 297-332
[2] En el país se fundó el Círculo de Estudios Teosóficos en 1922.
“Es interesante mencionar que el vicepresidente era Carlos Wyld Ospina y de
vocales estaban las señoras de Quiroz y Vives. En otros artículos se refleja la
alta participación de las mujeres en las sociedades teosóficas, la que será permanente y muy extendida a lo
largo de tres décadas, desde 1920 hasta 1950”. Ver Casaús, “Las redes
teosóficas de mujeres en Guatemala: la Sociedad Gabriela Mistral, 1920-1940”. Revista Complutense de Historia de América,
2001, 27: 219-255.
[3] En 1938, como miembro de la Unión de Trabajadores Envasadores,
Agrícolas, Empacadores y Afines de América, organizó a los desgranadores de
nueces de San Antonio, Texas, en su reclamo por un mejor pago. Más adelante,
trabajó con los laborantes de las plantaciones en el Valle del Río Grande,
Texas. Posteriormente, en 1939, fue una de las fundadoras del primer Congreso
de Pueblos de Habla Hispana en los Estados Unidos, organización que perseguía
dar fin a la segregación en lugares públicos, en la educación, vivienda y
trabajo. Efraín Figueroa. Diario de Centroamérica. Guatemala, 11 de septiembre
de 2015. Revisado el 12 de septiembre de 2017.
https://dca.gob.gt/revistaviernes/index.php/contando-el-tiempo/932-luisa-moreno-poetisa-y-lideresa-de-los-inmigrantes
(Fragmento del capítulo En el filo del cenote (Interioridades críticas de lo literario en Guatemala de Aida Toledo. Guatemala: Cara Parens, 2019)

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