sábado, 30 de mayo de 2020

                                         (Imagen. V. Chapero)

UNA BOCA COMO JARRO

En 1991 tuve la única hija que iba a tener. En el proceso de parto, y por cuestiones económicas, tuve que compartir la habitación del hospital, que en ese entonces era el Bella Aurora. Las malas disposiciones de la gente que manejaba esos días las asignaciones, hicieron que yo terminara en una habitación junto a una persona ya anciana, que estaba enferma de alguna enfermedad contagiosa.
Recuerdo que sentí pánico esa primera noche, cuando la escuchaba toser, no poder respirar, quejarse de dolor, etc. Se lo dijimos al personal que atendía en el hospital. Pero nadie nos hizo caso, pasé dos noches compartiendo la habitación, hoy sé, infectándome a la par de la señora, que seguramente en algún momento ha de haber fallecido.
Me fui a mi casa a los tres días, y al mes había desarrollado la enfermedad que ella me contagió, a mí, a una mujer que estaba sin defensas por haber recién tenido su hija. Era septiembre de 1991, cuando tuve que ir a ver al Dr. Aragón. Un especialista en pulmones. Recuerdo que aunado a todo el cuadro era una época en que se iba la luz a las 6:00pm cada día. Y el Dr. me hizo un chequeo, y luego me envió a tomar una radiografía. Yo tenía síntomas tremendos, fiebre alta, tosía mucho, me dolía el pulmón (fue hasta esa enfermedad que me di cuenta que los pulmones duelen cuando están enfermos). Total que cuando ya fuimos a ver al Dr, y él observó la radiografía sin mucha luz,  diagnosticó, tuberculosis. Y empezó el viacrucis por seis meses como mínimo, más las secuelas que me dejaría la enfermedad. Además de no poder cuidar a mi hija. Porque el proceso de la enfermedad fue desastroso.
Me enviaron en numerosas ocasiones a hacer el examen de la tuberculosis, pero nunca salió el tal bacilo, para verificar que tenía tuberculosis. Pero como se hace en situaciones como esa, dentro de una gran angustia e ignorancia, mi familia decidió que empezara el tratamiento. Cuando una se enferma como yo lo estaba, pierde la fuerza, la voluntad, la fiebre vence, la enfermedad mina la inteligencia. No me pude resistir.
No sé si lo saben pero en ese tiempo, inicio de la década de los 90, cuando todavía no se firmaba la paz, la medicina para la tuberculosis, era carísima. Y solo se la donaban a una, si se iba al hospital antituberculoso y te declarabas tuberculosa, que en ese entonces tenía un estigma. Como ya no lo tiene hoy.
Así tuve que hacer. Me llevaron al hospital, tuve que firmar un papel que afirmaba que tenía tuberculosis. Y que no me quería internar. Me examinaron y pensaron que si el Dr. decía que tenía, era porque tenía. Pero el tiempo y esa circunstancia demostrarían otra cosa. El asunto crucial era obtener la medicina, que yo no podía comprar por lo extenso del tiempo. Así supe lo que es ser tuberculosa, en un país donde serlo significa una marca, y tomarla un atentado contra el resto de la salud.
Tenía en ese entonces, un trabajo del que tuve que pedir permiso. Tenía una hija recién nacida. Recuerdo que mi mamá estaba en Estados Unidos. Vivía con mi papá, y el papá de mi hija. Y esos meses del año 1991 hacia el año 92 fueron de gran soledad. Nadie nos visitaba. Solo recuerdo que Ana María Rodas, me pasaba viendo durante la semana, al menos una vez por semana. Fue la única amiga y parte de mi familia que nos visitó.
Al empezar a tomar la medicina ya no le di de mamar a mi hija. Además no tenía fuerzas ni para cargarla y no debía. Al tomar las pastillas sentía que me metían en un refrigerador y empezaba a alucinar. A las semanas de tomarla, empecé a sentir cierta mejoría. Y al menos podía pensar y escribir. La medicina te deja sin poder pensar con claridad. Solo me sentía dentro de una pesadilla, fría y soledosa. No había nadie en mi vida en esos días. Me alejaron de la niña hasta para dormir. Y me colocaron en una camita, que más que camita, era como un catre, en un lugar que no era dormitorio. Y lo que lamento recordar con detalle. Eso también fue al paso del tiempo, parte de la pesadilla. Lo único bueno fue no ir al hospital antituberculoso. Donde finalmente me hubiera infectado.Creo que eso lo decidieron en la familia que me acompañaba. No lo sé a cabalidad, ya no tenía consciencia de nada.
Los meses pasaron. A los tres, me había mejorado un tanto, pero no totalmente. Seguía viendo a la especialista en tuberculosis, cuando iba al hospital por la medicina. Era la única salida que hacía. Porque tenían que cerciorarse que no había muerto, que estaba mejor. Para darme la dosis del mes. Tenía que hacer radiografías periódicas, y la mancha en el pulmón, estaba allí, pero ni al radiólogo, ni a la doctora, al paso del tiempo, les parecía una mancha tuberculosa. Además me hacían el examen del esputo, y no salía el bacilo, por más esputo que me sacaron. La dra decidió que debía hacerme una biopsia, cuando no teníamos dinero suficiente. Finalmente vendí un collar valioso. Y con eso me hice la biopsia, pero esto sucedió tres meses después de sufrir las cuarenta y cuatro pastillas diarias, todas juntas. En las pesadillas yo veía mi boca grande como jarro, tragando las 44 pastillas de colores diversos y variados que iban cayendo dentro. Lúcidas y relucientes me las tragaba poco a poco, haciendo un ejercicio casi de ascetismo. Y luego el frío extremo en que entraba mi cuerpo, y las manchas en la cara y las axilas se acentuaban en cada toma, eran cafecitas, cada vez eran más cafecitas. Sabía que no funcionaba bien mi hígado.
Finalmente el resultado fue que no tenía la tal tuberculosis. Así constataron sus dudas, la dra y el radiólogo, además el pediatra de mi hijita, que era un viejo amigo, me había dicho que no creía que tuviera esa enfermedad por el color en la radiografía. Lo duro para alguien que se enferma, es no poder decidir, porque cuando una se enferma, cae en una subalteridad mayor, y si antes creían que podían decidir por mí, allí, en esa situación todos decidían por mí, hasta el gato que no tenía.
El diagnóstico me llevó a tomar otra medicina, menos letal para mis otros órganos, que con el tiempo, eliminaría la bacteria (imposible de pronunciar)que se me había metido al cuerpo, proveniente seguramente de la anciana con la cual estuve dos noches seguidas en un mismo cuarto.
Hoy me recuerdo de esto por lo de la pandemia. Por el contagio. Por la prevenciones al contagio. Cuando una está enferma deja en parte de existir. Todo se vacía. Si las mujeres somos regularmente desvalorizadas, allí caés a lo profundo de la anonimia, y peor si tenés algo contagioso. Porque nadie se te acerca tanto, nadie te mira, porque das lástima. Mi hijita no me vio el rostro sino hasta ese momento. Cuando me rehabilité ella ya había cumplido casi cuatro meses, y nunca había visto mi rostro, porque siempre usé mascarilla, si la quería ver y acercarme un poco.
Seguíamos sin luz. Las candelas fueron nuestra compañía durante largas noches. Ya por entonces el papá de mi hija se iba a cumplir con sus otras obligaciones, cosa que creo, no había podido hacer mientras yo estaba en cama. Y entonces los días fueron lentos, mi hija crecía junto a mí, que despacio me iba restableciendo, pienso ahora que crecimos juntas. Muchas cosas cambiaron en mi vida. Una de ellas, ser más precavida, sesuda, jurándome cuidarme mucho, no volver a caer en eso. Y quizás por eso ahorita me recuerdo tanto de ese periodo. Porque esas enfermedades contagiosas son tremendas. Nadie lo sabe sino hasta que lo ha vivido. Y yo lo viví hace 28 años y todavía puedo recordarlas. Pude haber muerto. Pero no sucedió, aunque hubo un tiempo en que creían que moriría, ya que no me restablecía totalmente, dejando huérfana a mi única hija.
La recuperación casi total, tardó al menos dos años, aunque volví antes al trabajo, y tuve varias recaídas. Pero eso sí me juré no volver a pasar por eso. Hay que decir siempre, que no quiere una tal cosa, hay que tener determinación. Porque nadie nos va a cuidar como nos lo merecemos. Como seres humanas, como mujeres enfermas. Hoy que lo pienso, y veo lo de la pandemia, me doy cuenta que tenemos que decir que no queremos contagiarnos. Tenemos que ver por nosotras mismas. Debemos perder el miedo a no tener los mismos bienes que teníamos. No debemos dejarnos vencer por la avaricia de tener más, de tener mucho dinero, de andar comprando cosas inservibles. Que no se pueden llevar al más allá. Sin salud todo eso es en vano.

jueves, 14 de mayo de 2020

                                                                 (c.rippley, México)


CARTA A LOS PADRES QUE ESTÁN MURIENDO
En el segundo libro de Ana María Rodas, Cuatro esquinas del juego de una muñeca (1975,
se incluye un texto titulado "Carta a los padres que están muriendo" (Cuatro esquinas, 9) en donde aparece un discurso, que aparenta asumir el tono de una hija que le habla a los padres. Es obvio que literariamente se escribe en prosa, como cualquier carta que se respete. De forma conversacional y cotidiana, Rodas induce a los y las lectoras a leer entre líneas la forma de una carta de despedida, a la manera de las cartas de amor, de las cartas de liberación, luego de un largo y sufrido proceso de sometimiento, tanto mental como físico. La forma de desplazamiento de esta carta, es que no es solo un padre, se trata de todos los padres que norman, dirigen y ejercen presión y represión a quiénes en el imaginario patriarcal, resultan seres mucho más vulnerabilizados y dominados por un ente, un enorme poder, donde están todos los padres del sistema patriarcal, dictando sin descanso sus leyes, sus reglas y normas a todas las mujeres. Es obvio que la voz los colectiviza, y que en su voz se resume una voz múltiple, casi polifónica. Lo interesante de la carta es que genéricamente se convierte en texto poético. Y desde allí se les emplaza. Se trata de un escrito que también se hibridiza con el género epistolar, en cuanto a la solemnidad y al tono paciente y educado de la voz que se libera y se despide, con una buena cuota de sarcasmo e ironía. 
La apropiación de la voz colectiva de las mujeres de distintos lugares, está intrínsecamente en esa voz. La de las sometidas al poder a veces real, con su dosis de violencia doméstica o social; la de otras, más imaginario, ejerciendo presión, sin necesidad de violencias física o mental, incluso acomodados en el espacio público y/o laboral. Ejecutando reglas, leyes y normas absurdas y sesgadas, en los espacios más educados, desde posicionamientos económicos, que obligan a las mujeres a quedarse calladas, a no reclamar derechos, a someterse o a largarse en el mejor de los casos, ante los embates desde distintos espacios del poder, ejercido desde épocas muy remotas hasta la actualidad.
"Carta a los padres que están muriendo", es el manifiesto del feminismo literario guatemalteco, quizás ladino o mestizo, aunque no se explica en el discurso a cabalidad. Porque la voz sí se sitúa desde un lugar de conocimiento, donde ha sido relegado a los faldones de aquellos padres, que le dicen ahora sí, sobre el lenguaje, sobre la escritura, sobre los temas, sobre lo que se puede y no se puede hacer en la escritura creativa. Donde le rezan la forma en que debe dirigirse al público lector. La voz lírica, femenina hace un encomio de los errores de aquellos, sus deformaciones, su presencia nociva en la vida de esa voz que enuncia. La carta es de despedida, como muchas cartas de amor, como muchas misivas donde se les leen sus defectos a los hechores, para luego definitivamente abrir la puerta, para largarse.
Considerar esta carta como el manifiesto del feminismo, no es tanto una estulticia, creemos desde los distintos espacios de los feminismos, que la "Carta" de Rodas, muy bien se pudiera leer como el primer escrito de liberación de un yugo, que mantiene todavía a los mujeres del siglo XX, debajo de los famosos faldones de los varones, que tenían y todavía tienen el poder de decidir desde espacios culturales de poder económico, sobre lo que las mujeres pueden o no escribir, decir, pintar, performativizar, incluso hasta enseñar, etc.

sábado, 2 de mayo de 2020


GESTACIÓN DE ANTOLOGÍAS

Hace años Anabella Acevedo y yo hacíamos una antología de poesía joven guatemalteca. Supongo que era entre 1997 y 1998. Hicimos de primero una antología donde compilamos poemas solo de mujeres. Nacidas entre 1920 y 1980. Eran tiempos post firma de la paz. Muy inmediatamente aparecieron las dos antologías de poesía, una de mujeres, apenas 17 mujeres en una antología. Y luego la de hombres y mujeres hasta de 30 años.
En la primera antología aparecía yo incluida como poeta. Los pormenores de mi aparecimiento en la antología ya casi no los recuerdo. De lo que sí estoy segura, es que la decisión no fue mía, aunque yo apareciera como una de las seleccionadoras del corpus que se incluyó. Más bien, la antología tiene otras hablillas literarias mucho más interesantes, pero por insidiosas no las voy a mencionar aquí. Lo que sí tenía la antología era un cierto criterio. Y digo cierto, porque no era totalmente consciente.

Pusimos poemas de las poetas ya reconocidas del corpus de poesía de mujeres. No de todas, porque algunos libros ya no existían. Y a otras no las conocía nadie. Por suerte entraron poetas menos conocidas en ese momento, como Alaide Foppa y Cristina Camacho. Nadie nos creerá, pero a Alaide nadie la ponía en las antologías nacionales. De hecho a mí en la USAC me habían dicho que no entraba en las antologías porque era española. Y la poesía de Camacho era una poesía sideral, espacial, cósmica, que a muchos varones sobre todo, les parecía no-poesía. Pero a Anabella y a mí no. La valoramos mucho, desarrolla una línea que solo ha sido tomado por algunas poetas más jóvenes.

Junto a estas poetas, compilamos a poetas jóvenes con libro publicado como Johana Godoy. Pero el resto eran poetas que no tenían libro, y tampoco teníamos la certeza que tendrían, aunque sí lo hicieron, casi todas. Desarrollaron algunas hacia la poesía, otras hacia el arte. La más joven tenía 17 años. Y publicó su primer libro hasta 10 años después de haberlo terminado en un taller de poesía, y haber dormido los textos todos esos años. Que de repente es la historia de los libros de muchas poetas del país.
La antología tiene una línea de desarrollo bien marcada. A la distancia la puedo ver mejor. Se observaba desde los poemas de Alaide una fuerte línea de desarrollo de pensamiento crítico, desde las mujeres, y cómo ellas las primeras poetas con libro publicado como Alaíde Foppa, Margarita Carrera, Isabel de los Ángeles Ruano, Luz Méndez y Ana María Rodas, marcaban con sus textos una estética del nuevo espacio poético. La línea surcaba el espacio de inicio de la década del 80 con la poesía de Carmen Matute, y luego la mía aparecida a partir de 1985, y se iba hacia las nuevas poetas como Johanna y luego las noveles, que no tenían libro publicado, pero donde ya se podía observar en sus textos inéditos, que la línea iba hacia el fin de siglo, cada vez más abierta, crítica y con una fuerte carga de cinismo que no tiene la poesía escrita por los hombres de ese mismo periodo.

En suma con 17 poetas incluidas, Anabella y yo inauguramos el espacio de publicación más abierto y democrático de obra de algunas poetas guatemaltecas. Encontrar a las nuevas poetas, fue de gran dificultad. Hoy no se puede comprender esa imposibilidad porque las redes sociales, proponen una velocidad de conocimiento, que no existía en ese momento. El problema que mirábamos era que su obra apenas iniciaba y era riesgoso en ese momento, publicar sus textos inéditos. Sin embargo, hoy que veo la obra que desarrollaron algunas de ellas. Llegaron a publicar dos y tres libros, otras un poco más, en un país, donde nadie da un centavo por la poesía. Siempre la tenemos que regalar. Pues lo considero una hazaña.

La antología nos dejó historiografía literaria. Era una antología apenas empezada la postguerra. Algunas autoras ya fallecieron, otras se desaparecieron al paso de los años, y no volvimos a saber de ellas, pero todas dejaron su marca, su huella, su surco. Lo puedo ver entre líneas en la obra de otras autoras, que de repente aparecieron, como Tania Hernández, Alejandra Solórzano, Rosa Chávez o Marilinda Guerrero, donde se observan diversas y desconocidas líneas de desarrollo, en un país tan epidémicamente amado como este.

ANALIZAR Y PENETRAR EN  LA LITERATURA GUATEMALTECA He escuchado hoy varias ponencias en el Congreso de Filosofía de la Universidad Rafael ...