MÁS QUE UNA
PEQUEÑA TRAMPA
de AIDA
TOLEDO
Rachele
Airoldi
Un fuerte miedo empapa los versos de la primera parte del
poemario de Aida Toledo. “Miedo burócrata, miedo fregado / Miedo oseo / Miedo
en planilla / Miedo burócrata / Miedo pendejo / Miedo que no para”.
Una sensación de instabilidad, fragilidad, vulnerabilidad
constante que refleja la que se vive en la sociedad guatemalteca de hoy donde
el miedo invade tanto nuestros días que ya fue incorporado como parte de
nosotros, donde la muerte es elemento cotidiano que deja de escandalizar. Sensación
que Aida Toledo resume en la imagen de la cuerda floja: estamos caminando sobre
una “cuerda floja” y el vacío nos amenaza.
Este vacío que nos espera es la muerte que anda cerca de
nosotros cada día y es una muerte “disfrazada” de consuetudinario y normalidad.
Quizás de hecho, el miedo que se confiesa no es el miedo a la muerte en sí,
sino a la muerte como costumbre, o sea a la costumbre de la muerte como amenaza
normal, cotidiana.
De vos/de mi/de nosotros
En cada esquina
Ella nos espera
La muerte finge indigencia y saca la pistola
Cuando bajás/bajo/ bajamos el vidrio
Para darle una moneda
La muerte lleva cuchillo
Cuchillo lleva la muerte
Cuando en la 6° avenida
Y la 1° calle de la zona 9
Introduce la descarnada y huesuda mano
Y te/me/nos mete el cuchillo
Y vos/yo/nosotros creemos
Estar dentro de una horrible pesadilla
La muerte anda cerca
De vos/de mi/de nosotros
(La muerte anda cerca)
La poesía de Aida denuncia esta “horrible pesadilla” en la
cual se vive en Guatemala.
Pesadilla que se confunde siempre más con la realidad,
que quiere volverse realidad. Este es el verdadero miedo: volvernos incapaz de
distinguir pesadilla y realidad. “Es jodido el miedo” escribe la autora “miedo
a no sentir más” (El miedo es fuerte). El miedo a aceptar la pesadilla como
realidad. A volvernos impermeables frente a las lágrimas y al dolor. A
volvernos, utilizando unas imágenes de Aida, “cosas quietas” como una “planta
plástica/ que ni roba oxígeno”:
Como una cosa que se queda quieta
Alli
Exactamente donde la pusieron
A veces si
Estás detenida
En un espacio que te queda ajeno
Que parece de otros
Estás allí
Inmóvil como un adorno
Sobre su mesita
Con su mantelito
Bordado a mano
Parecés si un objeto
Un objeto soso que han posado
Hace algún tiempo
Y han olvidado que tiene historia
Lucis sì sì sì
Como planta plástica
Que ni roba oxigeno
Disimuladamente
Te olvidaron
En un lugar como éste
Hecho
Totalmente contra vos
(Sentada asì como asì)
Este es el verdadero miedo que se vive en la sociedad
guatemalteca de hoy, devorada por la violencia, la corrupción y la injusticia:
el miedo a que el absurdo se normalice. El miedo a volvernos de plástico,
incapaces de reacción, aceptando impasibles un lugar hostil “hecho totalmente
contra nosotros”. El miedo a
acostumbrarnos a lo inhumano y de consecuencia volvernos inhumanos, como una
“estatua” blanca erguida en medio de una plaza.
Digo que lo de las estatuas
Da pavor
Da pavor verse
Tan blanca
Tan erguida
Tan sensual
Tan desnuda
En medio de una plaza
Da verdaderamente
Miedo
(Da miedo lo de las estatuas)
La voz de Aida Toledo se traduce en una poesía
desesperada, angustiada que lucha para no dormirse, para no acostumbrarse a una
realidad injusta, para quedar despierta, porque si se duerme, la pesadilla se
vuelve realidad y esta no es la realidad que queremos. La poesía de Aida Toledo
es una poesía que despierta y evita que uno muera lentamente “hervido”.
El síndrome que padece el guatemalteco de hecho es el de
la “rana hervida”: un experimento científico demuestra que, si se pone una rana
en una olla de agua tibia y se sube gradualmente la temperatura hasta
ebullición, el animal muere lentamente sin darse cuenta, hervido.
Por eso la poesía de Aida tiene voluntad de despertar, se
podría decir que “nos hace saltar fuera de la olla”. La poetisa se preocupa de averiguar
si está despierta, quiere saber si está viva. En su poema “Para saber si estoy
viva”, leemos: “Me jalo el pelo / Me pellizco / Me doy mordidas / Me guillotino.”
El poemario presenta una poesía que es eterno despertar a
la vida, una poesía que lucha para despertar y hacernos sentir vivos, para
salir de la pequeña trampa – que es más que una pequeña trampa – en la cual
vivimos. En este sentido, la poesía de Aida Toledo, es una voz epifanica como
la que despierta a los personajes del teatro de Pirandello que de repente se
miran y se dan cuenta que son “personajes” actuando en la escena, que el mundo
que los rodea es falso, ficticio, no es real. Es un momento desconcertante ya
que equivale al colapso de todas certezas. Pirandello representa este momento en
su obra “Il Fu Mattia Pascal”, con la imagen del “desgarro del cielo de papel”
(lo strappo nel cielo di carta) imaginándose un títere, Oreste, que en el
momento culminante de la tragedia en la cual está por matar a su madre, mira
hacia al cielo y observa un desgarro en el papel tapiz que representaba el cielo
pintado. El títere entra en crisis, desconcertado, paralizado ya que
finalmente, a través del desgarro, ve la realidad como es y entiende que el
mundo así como lo conocía es mentira, se da cuenta de la “trampa” de lo que
vivía. Aida en su poesía “El Ángel Caido” parece explicar este mismo sentido de
vértigo:
Le da vueltas más vueltas
Todo el salon le da vueltas
El cielo falso del salón
Le da mil vueltas
(El Angel Caido)
La poesía de Aida Toledo es el desgarro que revela al
guatemalteco lo injusto e inaceptable que es una realidad que pensamos normal. Hay
una fuerte voluntad de reivindicación de la vida en sí, ya que la que definimos
y creemos ser vida por simple costumbre, en realidad no lo es, es todo “menos
que vida”, como escribe la autora:
La vida más bien
Parece una perinola
Una caotica perinola
Aerea
Que vueltas da
Vertiginosamente
Parece un avion
Enloquecido
Dibujando poemas
En el aire
En un cielo enrarecido
Como en Chile
Parece libelula
Que ha perdido
La brujula
De todo parece
La muy pendeja
Menos vida
(Menos Vida)
La verdadera vida que se busca es una “vida que late” en
la cual no existe un tiempo medido por las manecillas ya que el tiempo está
marcado por el reloj que late, el reloj de nuestro corazón. Es una vida que
tendemos a olvidar y para volverla a encontrar a veces es necesario “jugarla”:
Por eso
Juego mi vida
A la ruleta la meto
En el poker la apuesto
En el palenque
La rajo para que sangre
La juego la presto la apuesto
La coloco y la vendo
[…]
Luego me encuentro
Y atormentada
Me veo en el espejo
De la misma existencia
(Para saber si estoy viva)
El juego podría ser la solución para volvernos a
encontrar, para cambiar perspectiva y abrazar una realidad verdadera y más
digna.
¿Y entonces como despertar de este torpor de una vida que
es todo “menos que vida”? ¿Como “desgarrar el cielo” de una pesadilla social
que se quiere afirmar como real? Un chapuzón en un cenote congelado.
Para despertar de la pesadilla la autora nos propone lanzarnos
al cenote.
Me veo
Me siento
Estoy cenotica
Y abrumada
Parada
En el filo
De un precipicio
Que me seduce
(Cenote II)
En este sentido, un salto en un cenote nos despierta, nos
devuelve a la existencia. Recientemente fui a visitar el Cenote de Candelaria y
pude vivir esta experiencia. Cuando el corazón empieza a latir más fuerte
mientras miramos abajo en una mezcla de vértigo y atracción. Allí la adrenalina
empieza a despertarnos por esta irracional necesidad de desafiarnos, de
sentirnos cerca de un peligro para percibir nuestros cuerpos, para sentirnos
vivos. “Me veo/ me siento/ estoy cenotica” afirma la autora mientras está “en
el filo/ de un precipicio” que la “seduce”. Sube desde los pies hacia arriba, la
adrenalina invade cada célula, las piernas empiezan a temblarnos, el pecho
sigue rítmico la respiración que acelera, el corazón finalmente late fuerte, la
cabeza despejada e infinitamente llena al mismo tiempo. Salto. No, no salto. Sí,
salto. El vacío abajo, nos llama, nos llama por nombre. Y nos acordamos de
nosotros. El cenote nos llama para devolvernos quienes somos.
Volar me preguntaste
Volar sì/ me dijiste
Sìsìsìsì
Respondí exaltada
Alucinada
Con ese vértigo
Que me da a veces
Yo quiero volar te dije
Y vos me sujetaste
Lanzandonos al vacío
De aquel cenote
(Cenote VII)
El cenote entonces devuelve a la vida. Un chapuzón que
nos despierta de repente ya que “La caída / Es vertiginosa / Y / El agua
verdosa/ Está fría” (Cenote XI). Este lugar sagrado que es puerta al inframundo
maya, se vuelve para la poetisa en una vía para regresar al mundo real, para
despertar de una pesadilla que no queremos se vuelva realidad. Ocurre entonces
trascender la imagen poética y preguntarnos que es el cenote, que representa en
realidad el cenote. Leemos:
El poema es un cenote
La poeta salta
El sacrificio
Está en vencer el miedo a desnudarse
En público
(Cenote XI)
El cenote es la poesía entonces. Esta es la respuesta de
Aida Toledo. Se rescata una literatura capaz de participar al proyecto social,
despertando, concientizando, denunciando para que lo absurdo no se normalice. Porque
la literatura latinoamericana es necesariamente comprometida, social y
políticamente, y hasta la poesía, que es por excelencia la voz literaria que
puede aislarse ensimismándose en un mundo introspectivo, se siente llamada a
tratar la realidad de afuera.
La poesía es la voz que despierta, como un chapuzón, evitando
que nos durmamos aceptando como realidad definitiva una pesadilla social que no
corresponde a nuestros deseos, que no corresponde a lo por cual el hombre está
hecho – concepto indefinido que etiquetamos banalmente con la palabra
“felicidad”.



